Saineteros y chisperos, madrileños de rompe y rasga

La ajetreada existencia del monumento dedicado a cuatro figuras del Madrid castizo

Carlos Arévalo

En pleno corazón del distrito de Chamberí, en una discreta placita hacia la mitad de la madrileña calle de Luchana, se ubica el monumento a los saineteros, popularmente conocido como el de los chisperos. Y es que este grupo escultórico inmortaliza a cuatro de los más brillantes artistas que ha dado la capital española, dos dramaturgos y dos músicos que, por orden de nacimiento, son: Don Ramón de la Cruz (1731-1794), Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), Ricardo de la Vega (1839-1910) y Federico Chueca (1846-1908).


Su imprescindible contribución al sainete y a la zarzuela principalmente, los convirtió en excelentes representantes del Madrid más popular y costumbrista en el que habitaron tipos puramente castizos que también fueron personajes de sus pintorescas creaciones. Don Ramón de la Cruz escribió más de quinientas obras, destacando principalmente por sus sainetes y entremeses con títulos como Las castañeras picadas o La Petra y la Juana, pieza inspirada en la legendaria casa de «Tócame, Roque»; Barbieri fue el compositor musical de renombradas obras del género chico como El barberillo de Lavapiés o Pan y toros; por su parte Ricardo de la Vega fue el autor del libreto de aplaudidas zarzuelas como El año pasado por agua o La verbena de la Paloma, la más célebre de todos los tiempos. 

Y por último, Chueca firmó las partituras de obras maestras como La Gran Vía o Agua, azucarillos y aguardiente entre tantas otras. La huella de su producción artística en la sociedad matritense en que vivieron fue tal, que todos ellos dan nombre a diferentes calles de la ciudad e incluso a un barrio entero.


Esta obra fue sufragada por el Ayuntamiento de Madrid durante el mandato de José Francos Rodríguez y realizada por Lorenzo Collaut Valera también autor del imponente monumento a Cervantes al que acompañan don Quijote y Sancho Panza y otros de sus personajes que lucen en los jardines de la plaza de España. El grupo escultórico de los saineteros cuenta con los cuatro bustos en bronce de sus protagonistas además de varias escenas en bajorrelieve de sus obras más conocidas y está coronado por cuatro magníficas figuras que representan a una pareja típica del Madrid del siglo XIX, a una manola y a un chispero. Conviene aclarar que aquellos chisperos, fueron humildes trabajadores o menestrales como se les llamaba entonces, que arrancaban chispas al golpear el yunque, al batir el cobre o al moldear el hierro, es decir, eran lo que hoy conoceríamos como herreros y cerrajeros.


La historia de esta escultura es poco monótona pues siguiendo la costumbre española de cambiar las cosas de sitio, sobre todo las estatuas y monumentos, éste tuvo tres emplazamientos. La prensa de la época habla de un largo proceso burocrático, técnico y mediático desde 1910, valorando distintas propuestas para su instalación. En un principio se pensó que su sitio perfecto estaría en el paseo de Rosales y después algunos vecinos de Embajadores y Lavapiés pidieron que se erigiera junto al histórico Portillo por su carácter costumbrista. Incluso un articulista anónimo explicaba en 1913 que, debido a que el oficio de los chisperos se desarrollaba principalmente en torno a la calle del Barquillo y vías adyacentes, en el antiguo barrio de Maravillas y hoy de Justicia, esa zona era la apropiada para levantar dicho tributo proponiendo en concreto que debía ser la plaza de San Gregorio su lugar natural.



Finalmente fue inaugurado el 25 de junio de 1913 en la glorieta de San Vicente -donde hoy se erige la puerta homónima-, al lado de la antigua estación del Norte y próximo a las ermitas de san Antonio de la Florida. Al acto amenizado por una banda de música que interpretó algunas de las partituras de los maestros homenajeados, asistió la infanta Isabel de Borbón apodada «La Chata» además del recientemente nombrado alcalde de Madrid Eduardo Vicenti, otras autoridades políticas y personalidades como el maestro Bretón, el poeta Antonio Casero o el autor teatral Antonio Ramos Martín, que entre las quintillas que leyó destacaron estos versos:


«Chueca y Barbieri, que al son

de música que se pega

llegan hasta el corazón,

y el incomparable Vega

y el inmortal Don Ramón.


Manantiales bullidores

de inspiración soberana,

fueron estos cuatro autores

purísimos surtidores

de alegría noble y sana»


Con tantas opiniones en contra, aquella primera ubicación no quedó exenta de polémica y, aunque loada por uno de nuestros más insignes autores, Ramón Gómez de la Serna, el pleno municipal decidió su traslado y tres años más tarde, en 1916 se retiró de allí sin apenas publicidad por lo que la mayoría de los ciudadanos no se enteró de su siguiente destino. El monumento se reubicó en el entonces llamado Parque Sur en uno de los extremos de la dehesa de la Arganzuela, a orillas del Manzanares y a un paso del puente de Toledo, junto al paseo de Yeserías. En aquel lugar que en esa época era inhóspito y solitario pasaría con pena y ninguna gloria casi diecisiete años, sumiendo así a aquella hermosa obra a un inmerecido ostracismo.



De pronto alguien se acordó del monumento, elevando una petición al alcalde de Madrid que entonces era Pedro Rico para que lo volvieran a colocar en otro lugar más visible y a poder ser, relacionado con su origen. El debate saltó nuevamente a la prensa y desde la revista gráfica Crónica, Rico propuso la plaza de Lavapiés por el carácter popular de las obras de aquellos cuatro ilustres autores, el cronista de la Villa Pedro de Répide defendió su instalación en el campo de Las Vistillas, la dramaturga Pilar Millán-Astray se decantó por la plaza de San Andrés, el ya citado Antonio Casero aconsejó que lo llevaran a la placita de San Millán y el crítico teatral Augusto Martínez Olmedilla, declaró que donde debería ubicarse era en la céntrica plaza de Santa Cruz. 


Tras esta disparidad de criterios sobre el nuevo escenario del monumento, también se barajó la posibilidad de que se reubicara donde, a mi juicio, hubiera sido el lugar idóneo, la plaza de Chamberí. Pero ninguna de estas opciones le pareció válida al consistorio y en 1933 se instaló en el rincón donde permanece en la actualidad, más de noventa años después; allí, en el barrio de Trafalgar si atendemos a su denominación oficial, luce en una plaza ajardinada que, por cierto, durante décadas no tuvo nombre y que ahora se llama de los Chisperos.


Desgraciadamente pocos serán los que recuerden a aquellos cuatro gloriosos autores y las bellísimas estampas que plasmaron con su talento y quizá tampoco son muchos los que sepan quiénes eran los citados chisperos y, aunque debería prevalecer el nombre original de los saineteros, que es a quienes va dedicado en realidad el monumento, la voluntad del pueblo es caprichosa pues la chispa de la palabra cayó en gracia y parece que así seguirá siendo. Si al menos sirve para que alguien tenga la curiosidad de ahondar en las vidas de tan ilustres artistas o para conocer un poco más la Historia de nuestro querido Madrid, habrá que conformarse.

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