Descubrió todos los secretos del teatro y fue maestro de actores como Paco Martínez Soria
Carlos Arévalo
Considerado un maestro de maestros fue un actor inmejorable cuyo talento monumental sirvió de referencia a varias generaciones de intérpretes que lo admiraron hasta la saciedad. Y con todo eso, está absolutamente olvidado. Cierto es que ha pasado demasiado tiempo desde su desaparición en 1977 pero ello no es óbice para relegar de la memoria escénica y de las páginas culturales al que fue eminente baluarte del teatro español. Es necesario que figuren en los libros las huellas de tantos artistas que crearon escuela y que se dejaron el sudor y la piel para entretenernos y enseñarnos tanto de su arte. Y uno de los imprescindibles fue don Rafael López-Somoza Pérez, que vino al mundo en Madrid un 4 de marzo del año 1900 y de él se fue, un 25 de mayo de 1977 en su misma ciudad del alma.
Como casi todos los grandes, era un hombre sencillo y campechano que le restaba importancia a su inconmensurable capacidad interpretativa y se comportaba con sus compañeros de manera afable y generosa sin permitir jamás que la tan habitual vanidad artística le nublara la vista. Cierto es que nunca fue una estrella ni tampoco lo pretendió. Sobre los escenarios López Somoza no admitía preferencia alguna pues hiciera papeles protagonistas o de reparto, él se consideraba «un cómico de cuerpo entero». Incluso haciendo gala de su discreción, en el cine su apellido aparecía casi siempre en los títulos de crédito simplemente como L. Somoza. Por estas razones pertenece a esa pléyade de actores que únicamente son recordados por el público al verlos en pantalla o al escuchar su dicción pausada en su voz ronca pero casi nunca por su nombre.
Somoza cultivó los géneros de la comedia, el sainete, la farsa o la astracanada con indiscutible destreza y originalidad aunque siguiendo la estela de figuras anteriores y contemporáneas entre cuyos referentes podemos citar a su descubridor Casimiro Ortas, a Juan Bonafé, a Pedro Zorrilla, a José Alfayate, a Valeriano León, a Mariano Ozores padre o a José Marco Davó, actores por supuesto cuyo rastro también dormita en un perpetuo e ingrato ostracismo. Para todos ellos escribieron exitosas comedias los más brillantes autores de su tiempo, textos que se representaron por medio mundo con enormes esfuerzos y sonoros aplausos. En aquella nómina genial de dramaturgos y comediógrafos podríamos incluir a Pedro Muñoz Seca, a Carlos Arniches, a Antonio y Manuel Paso, a Joaquín Abati, a Enrique García Álvarez, a José Estremera y Cuenca, a Federico Reparaz…nombres que tampoco parecen haber calado en la desmemoriada sociedad actual.
López Somoza maquillándose antes de salir a escena en 1942. Foto: Santos Yubero |
El cine inmortalizó su enternecedora pero firme presencia en una treintena de películas de las cuales Ninette y un señor de Murcia y Se armó el Belén se llevan la palma en cuanto a su magnífica actuación y, la televisión, apenas contó con él para un puñado de programas ya casi al final de su carrera. Precisamente fue en 1973 cuando intervino en TVE por primera vez en la adaptación de la obra de Agustín Moreto El lindo Don Diego que llevó a cabo Antonio Mingote y dirigió Gabriel Ibáñez. En aquel trabajo en los estudios de Prado del Rey coincidió con compañeros como Juanjo Menéndez, Lola Cardona, Carmen de la Maza o Manuel Galiana entre otros. López Somoza interpretaba el personaje cómico de Don Tello y decía entonces en las páginas de la revista Tele-Radio:
«Yo nunca había trabajado en televisión y estoy un poco desorientado, como gallo en corral ajeno. A mis setenta y tres años, si no he debutado antes en este medio es porque no me han llamado».
Con Pedro Porcel y Antonio Ozores en la película El turismo es un gran invento |
Oficialmente poco o nada se sabe de su vida personal, únicamente que nació en la madrileña calle de Noviciado y que contrajo matrimonio con una mujer llamada Mercedes de Diego con la que tuvo una hija de nombre Carmen. Afortunadamente algunos de los que lo trataron nos dejan jugosos testimonios que sirven para alimentar esta humilde semblanza sobre el genial cómico. El desaparecido actor navarro Alfredo Landa lo citaba en sus memorias Alfredo el Grande escritas por Marcos Ordóñez como uno de los mejores actores con los que había trabajado en los primeros años sesenta y arrojaba algo más de luz sobre la bohemia personalidad de un hombre que vivió como quiso:
«Somoza era un bohemio y un juerguista de campeonato. Le importaba un pito el dinero, ganaba y perdía millones sin inmutarse. Solía tener cubiertas todas las plazas, de Bilbao a Sevilla, porque había bofetadas para verlo. Ligar una temporada completa con contratos cerrados en toda España era algo muy difícil en aquel tiempo. Un día Somoza está en Canarias y de repente se da cuenta de que se acercan los Sanfermines: ¡Coño, que me había olvidado de los Sanfermines, y yo eso no me lo pierdo!. Pues plantó la gira, que le hubiera supuesto un dineral. Canceló los bolos, pagó a toda la compañía de su propio bolsillo y se pateó el resto en Pamplona. Una semana comiendo y bebiendo y apostando y yendo a los toros, como un pachá. No pensaba en el futuro, salvo si el futuro era una juerga a la vuelta de la esquina.
Yo le adoraba. Me derretía estando a su lado. Me quedaba entre cajas sólo para verle. Especialmente la famosa escena de la gaita en Ninette y un señor de Murcia.
-¿Ya estás aquí otra vez? Pero qué pesado eres, chaval.
-Déjame, Rafael, que me gusta mucho cómo lo haces.
Se encogía de hombros, rezongaba, como si aquello no tuviera el menor mérito. Hasta que una noche me dijo: Hoy voy a hacértela. Para ti. La cosa de la gaita. Y me la hizo. Como la madre que lo parió de bien.
Somoza era uno de esos actores tocados por la gracia de Dios. Gracia, talento, llámale como quieras. No se complicaba mucho la vida, llegaba y lo hacía. El teatro era su trabajo de siete a doce, y a partir de medianoche comenzaba la vida. En aquella época tenía una amante que se llamaba Fuensanta. Los dos tenían setenta cumplidos y él estaba enamoradísimo. Fuensanta y los partidos de pelota en el Frontón Madrid estaban por encima de todo. En ese sentido era como Rafael Alonso y como Bódalo, toneladas de intuición y nada de disciplina».
Fueron varios los cómicos que se criaron bajo la protección de Somoza pero fue el aragonés Paco Martínez Soria sobre el que ejerció una mayor influencia. Se conocieron en 1938 en Barcelona en plena guerra civil durante un homenaje al admirado actor Enrique Borrás. Martínez Soria había militado en la compañía teatral de Visitación López y su nombre y aptitudes comenzaban a sonar entre la profesión. A finales de ese año, Somoza lo contrató ofreciéndole la gran oportunidad de debutar en su empresa artística con la comedia El infierno de Antonio Paso. Aquel acontecimiento tuvo lugar sobre las tablas del teatro Barcelona apenas un mes antes de la toma de la Ciudad Condal por parte de las tropas de Franco. Trabajarían juntos en diversas comedias durante seis intensos meses en Barcelona, primero y en Madrid, después, hasta que Martínez Soria decidió establecerse por su cuenta y formar compañía propia. Siempre se preció el infatigable comediante de haber ayudado, con sumo gusto, a muchos de los que después serían grandes actores pero no hay que olvidar quién le ayudó a él. El popular divo de Tarazona lo reconoció en alguna ocasión:
«Yo partí de la nada y pasé grandes dificultades pero recuerdo a Rafael López Somoza con quien trabajé al final de la guerra debutando en El infierno y en Anacleto se divorcia. Ahí fue donde comprendí que la plena libertad para hacer teatro sólo podría conseguirla con un teatro propio. Y así empezó todo».
López Somoza y Martínez Soria en la película Se armó el belén |
Con el pasar de los años y las vueltas de la vida, convertido en una estrella, el actor y empresario al que sus empleados llamaban don Paco, contrataría a López Somoza en su compañía teatral con papeles secundarios. Incluso maestro y discípulo coincidirían de nuevo en seis películas protagonizadas por el segundo, siendo El turismo es un gran invento una de las más recordadas. De nuevo Landa en su biografía rememora, sin pelos en la lengua, aquella relación entre Somoza y Martínez Soria:
«(...)cuando descubrí a Rafael López Somoza me di cuenta enseguida de dónde salía Martínez Soria. Se lo copió casi todo. No sólo la forma de actuar sino también las comedias: Mi cocinera, Anacleto se divorcia...Somoza fue su mentor, su padre artístico.
Martínez Soria empezó precisamente a su lado, recién acabada la guerra. Mientras Somoza iba cuesta abajo, Martínez Soria empezó a subir. Somoza se gastaba todo lo que ganaba en copas y juergas, era el despilfarro y la generosidad pura. Martínez Soria era como la hormiga del cuento y un lince para los negocios. En 1955, ya tenía un teatro propio, el Talía. Y empezó a montar funciones en las que sólo brillaba él, con unas compañías de pecado mortal, actores de cuarta o quinta fila, para lucirse él y no gastarse un duro. Lo que son las cosas: Somoza, que había sido una primerísima figura y para mí todo un maestro, acabó en la compañía de Martínez Soria. Puede que por gratitud o puede que por mala leche, no sabría yo decirte, porque curiosamente siempre le repartía a Somoza papelitos insignificantes, de al fondo a la derecha, muy inferiores a su categoría. (...) Me daba una pena inmensa, él se encogía de hombros: Sí, chico, estoy jodido pero ya ves, no me sale otra cosa.
Había llenado teatros y estaba olvidado. Se resarció un poco con el cine y la zarzuela y algún que otro papel en televisión, hasta su muerte, a mediados de los setenta».
Entre López Vázquez, Julia Gutiérrez Caba y Aurora Redondo en Un millón en la basura |
En 1970, la actriz María Kosty coincidió con Somoza en la citada compañía de Martínez Soria representando por todo el país la aclamada comedia La educación de los padres:
«El contrato duraba un año, seis meses en el teatro Eslava de Madrid y los otros seis meses de tournée por casi toda España. Aquella gira era muy cómoda pues a lo mejor estabas doce días en Bilbao, quince en San Sebastián, otro tanto en Zaragoza...es decir, que no era lo de llegar y salir corriendo. Con Somoza traté sobre todo en la gira ya que en Madrid cada uno hacía su vida. Recuerdo que viajaba con su pareja, que era muy educada y una de las mujeres mayores más guapas que he visto nunca. Rafael siempre nos recomendaba a los más jóvenes sitios para ver y restaurantes a los que ir en las ciudades en las que actuábamos. Daba una imagen totalmente opuesta a lo que era pues parecía un señor tradicional y algo amargado pero en realidad era un espíritu libre y un hombre muy generoso y atento que ayudaba a todo el mundo. Además con esa voz ronca que tenía parecía que te iba a montar una bronca pero luego era muy tímido. Cuando lo conocí ya estaba de vuelta de la vida.
Como actor tenía una luz especial, verlo pisar el escenario era impresionante, irradiaba verdad. A diferencia de Martínez Soria, López Somoza decía cada frase con gran naturalidad, como si le saliera del corazón. Cuando terminó aquel contrato, yo preferí seguir mi camino para hacer otras cosas y no renové. Recuerdo que a don Paco no le hizo mucha gracia pero Somoza me animó a que continuara por la senda de la comedia y a que disfrutara de la profesión y de la vida».
Entre tantos fervientes seguidores de López Somoza estaba el actor Quique Camoiras que hace más de cuatro décadas declaraba en ABC:
«Cuando Rafael López Somoza hacía sus grandes temporadas en Madrid, yo hacía funciones infantiles y me quedaba a verle actuar a diario. La misma línea seguía Paco Martínez Soria quien me aconsejó que me dedicara a la comedia».
También Jesús Guzmán, uno de los intérpretes más veteranos de nuestra escena trabajó en la compañía que Somoza formó con Guadalupe Muñoz Sampedro y siempre asegura que:
«Como maestro en lo cómico admiro a Rafael López Somoza».
Desde finales de los años cincuenta comenzó el declive de su compañía teniendo que trabajar contratado en las de otros sin ningún complejo ni inconveniente. Su amplio abanico de registros le permitió trabajar como actor en diferentes zarzuelas, llegando incluso a intervenir en la grabación de varios discos del género chico como La Revoltosa donde también participaban célebres figuras de la música lírica y de la interpretación como Ana María Iriarte, Sélica Pérez Carpio o Miguel Ligero.
Es una gran lástima no haber coincidido en el tiempo con López Somoza pues apenas existen entrevistas con él en archivos y hemerotecas ya que, como hemos dicho, era una primera figura en teatro pero no en cine ni en televisión y, por tanto, su nombre salía en las carteleras y críticas teatrales de los periódicos –por cierto, siempre muy bien parado– pero despachado en media línea. Todo esto imposibilita las necesarias conversaciones con él buceando en sus infinitos recuerdos y en jugosas anécdotas como aquella en la que un día al acabar la función de tarde en el teatro de La Comedia donde representaban Ninette y un señor de Murcia, su autor, Miguel Mihura se dirigió a Somoza, que bordaba el papel de Monsieur Pierre Sánchez y le dijo:
-Señor Somoza, usted no dice el texto.
-¿Que yo no digo el texto, don Miguel? Yo digo el texto tal como está escrito, palabra por palabra.
Y Mihura siempre puntilloso y exigente hasta el cansancio, le respondió:
-No señor. En la frase: ¿Y qué me dice usted de la reforma agraria?...se ha comido usted la Y.
Y con su castizo desparpajo, Somoza le contestó:
-¿Me está diciendo usted que me he comido la copulativa, don Miguel? Perdóneme, no volverá a suceder.
A partir de la función de noche de aquel mismo día cuando le tocaba decir aquella frase recalcaba la «y» hasta la asfixia sabiendo que Mihura estaba presente.
En esta ocasión pecaba por defecto pero también era López Somoza conocido en el mundillo teatral por su afición a meter «bocadillos» ajenos a los textos. Otra de las situaciones atribuidas a su ingenio cuenta que cuando regresó de su periplo por América y se presentó ante Arturo Serrano, empresario del Infanta Isabel, éste le preguntó:
-¿Qué quiere usted ganar?
Y el actor le contestó:
-El sueldo lo designa usted cuando se convenza de mi trabajo
¡Y vaya si se convenció!
Se puede asegurar sin ningún género de dudas que era un tipo ocurrente y simpático, un ejemplo que ilustra esta afirmación está en la dedicatoria que le autografió en una fotografía a su compañera de profesión, la fantástica actriz María Asquerino:
«Para invernar Alicante,
para estar alegre el vino,
para guapa y elegante,
véase Maruja Asquerino»
López Somoza fue un bohemio que supo disfrutar de la vida pero respetando a los demás |
En sus últimos tiempos, Somoza llegó a comprobar cómo el teatro que él había conocido en su juventud había cambiado enormemente e incluso estaba yendo a menos. El veterano cómico estaba cansado y desilusionado…al menos esa fue la impresión que le dio al actor Antonio Vico, perteneciente a una de las sagas más largas y carismáticas de la escena española, que apenas tenía dieciséis años cuando lo conoció en torno a 1972:
«Recuerdo que estuve un par de veces con él en La Regional, un bar donde paraban muchos cómicos que estaba en la calle de Los Madrazo, frente a la puerta de camerinos del antiguo teatro Arniches. Me invitó a una Coca-Cola mientras él se tomaba un chato de vino. Me dio entonces la sensación de que era un hombre solitario que apenas hablaba y estaba bastante desencantado con todo pero desde luego era un pedazo de actor».
El último montaje teatral en el que participó Somoza fue en 1975 de nuevo en el Infanta Isabel en Una visita inmoral o la hija de los embajadores de Torcuato Luca de Tena junto a excelentes compañeros como José Bódalo o Pastor Serrador. Un par de años después, el asma que padecía desembocó en una grave insuficiencia respiratoria. En la madrugada del 25 al 26 de mayo de 1977, el actor falleció repentinamente mientras dormía a causa de un fallo cardíaco.
Rafael López Somoza fue un actor prodigioso -probablemente uno de los mejores del siglo XX-, todo un titán de la interpretación al que se le sigue sin hacer justicia. El Ayuntamiento de Madrid, su ciudad natal y de la que siempre presumió, podía tratar de paliar ese olvido dedicándole una más que merecida vía pública, así los transeúntes curiosos que pasearan por allí, al menos le pondrían nombre a «ese señor tan gracioso que salía en las películas de Paco Martínez Soria».