Desde
hace tiempo me ronda la idea de escribir mi opinión sobre ciertos
asuntos y finalmente he
decidido hacerlo en una columna semanal abordando temas que me atraen aunque no sean necesariamente noticia. De este modo y contradiciendo las normas
periodísticas, que no las literarias, a partir de hoy voy a
ofrecerles a ustedes estas líneas que versarán sobre, como digo,
cosas y gentes pintorescas y a las que he titulado La
cuarta de Apolo, como enseguida sabrán por qué.
La cuarta de Apolo no fue otra cosa que un acontecimiento comentado desde finales del siglo XIX por lo que entonces se llamaba «el todo Madrid», esto quiere decir por todo bicho viviente. Se trataba de la última función del día, la cuarta, que se representaba en el extinto teatro de Apolo que estuvo en la castiza calle de Alcalá desde 1873 hasta 1929, año en que lo demolió la piqueta para construir en su lugar, cómo no, un banco.
En los tiempos dorados de aquel coliseo, tuvo en la capital una excelente acogida el llamado «teatro por horas» que ofrecía piezas cortas y por tanto más económicas que las de larga duración, inventadas para que el público más popular también pudiera acceder a las representaciones que se daban en la Villa y Corte. Y precisamente en Apolo se ofrecían hasta cuatro funciones de aquellos títulos, de hecho nuestra amada zarzuela es denominada género chico debido a su duración y no a su importancia pues precisamente sobre aquel histórico escenario se estrenaron títulos inmortales como La verbena de la Paloma, Agua, azucarillos y aguardiente o La Revoltosa entre otras aplaudidas obras maestras.
El caso es que a aquella cuarta y última función que comenzaba a las doce y media de la noche, asistían los espectadores más pícaros, jaraneros y noctívagos que, a la salida, trataban de alternar con alguna vicetiple que frecuentaba el próximo y también desaparecido Café de Fornos. Por todo ello, aquella sesión golfa adquirió una fama festiva e incluso pecaminosa para los más recatados, así que me ha parecido idónea para rescatarla, rendirle un más que merecido homenaje y bautizar con ella a mi nueva columna y, desde hoy, la de ustedes, hasta la que pienso traer cualquier tema que se me ocurra.
Mi dedicación a la conservación y divulgación de la Cultura española y mi pasión por el teatro, el cine, la música, la literatura o la historia, me han encaminado a trasladarles estas opiniones y comentarios que deseo les entretengan tanto como a mí escribirlos.
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