Adiós a «La Chunga», icono universal del flamenco

Carlos Arévalo

Apenas inauguramos este nuevo año, recibo la noticia de la muerte de «La Chunga», legendaria artista española donde las haya que, desde hace décadas, supo que entraría en la posteridad como la bailaora menuda de los pies descalzos.


Conocí a «La Chunga» hace unos pocos años. El encuentro casual tuvo lugar en una librería madrileña. Allí apareció con un hijo suyo. Me la presentaron y hablamos un rato. Siempre fue una figura que me llamó la atención por el exotismo de su arte y por haber sido un icono de su tiempo al nivel de personajes como «El Cordobés», Marisol o Paco Gento.


En aquella conversación me habló de su pintura naïf a la que se dedicaba desde que se retiró del baile. Le propuse hacerle un día una entrevista y, hablándome en tercera persona como acostumbran algunos grandes artistas tocados por la varita mágica del talento inconmensurable y del trastorno desbordante, me espetó con su acento calé: «Sí, cariño pero La Chunga cobra».


Intenté explicarle que sería una buena ocasión para dar a conocer sus últimos cuadros y hablar de su arte, tanto pictórico como escénico. Y al ver que la posibilidad de «amarrar el parné» se desvanecía, me dijo con su ingenuo gracejo trastabillado: «De todas maneras, estoy mu delicá. Hase mu poco tiempo me han operao del corasón y me han puesto un pai-pai». Lo cierto es que la nicotina llevaba años destruyendo su organismo.


Tras aquel encuentro con «La Chunga» me acordé de lo que en su día me dijo don Eugenio Suárez, fundador del histórico periódico El Caso, cuando tras sacarlo en portada, le propuso al «Lute» escribir sus memorias: «Me pidió una millonada, para entonces, era uno de los personajes más populares de España y ya había espabilado».


Pero intereses económicos aparte, Micaela Flores como verdaderamente se llamaba «La Chunga», a la que al parecer apodaron así por ser de niña muy poco agraciada, fue una bailaora de raza -prima por cierto de la inolvidable Carmen Amaya-, un ejemplo de puro temperamento sobre las tablas y una indiscutible figura en los escenarios nacionales e internacionales. 


Miembro de una familia gitana muy humilde procedente de Andalucía, nació en Marsella en 1937 adonde sus padres se habían trasladado. Al poco tiempo regresaron a España, concretamente a Barcelona donde, presionada por la supervivencia para salir de la miseria y a la vez elegida por el dedo divino del arte, comenzó a despuntar en el baile en bohemias bodegas del Paralelo en las que a diario se organizaban juergas flamencas. El promotor y galerista Paco Rebés la descubrió y, a partir de ahí, comenzó su leyenda.


Gracias a aquellas aptitudes naturales, entró en el mundo del flamenco y se convirtió en una cotizadísima figura, relacionándose con estrellas de cine, escritores, poetas y nombres imprescindibles de nuestra cultura. Conoció a las personalidades más prestigiosas de su tiempo y fue musa de artistas como Rafael Alberti, León Felipe, Pablo Picasso o Salvador Dalí. Pastora Imperio la contrató en sus espectáculos, Ava Gardner le consiguió trabajo en un par de películas de Hollywood y Camilo José Cela le enseñó a leer.


La ocurrencia de bailar descalza engrandeció su fama, que la llevó a actuar por el mundo entero, desde Europa a Estados Unidos y desde Japón a Australia. Con ella desaparece uno de los últimos mitos del siglo XX.


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