Marcial Lafuente Estefanía fue uno de los autores más vendidos en España durante años
Carlos Arévalo
En el mes de agosto de 1984 nos dejaba en Madrid don Marcial Antonio Lafuente Estefanía, uno de los escritores más leidos en nuestro país gracias a las miles de novelas del Oeste que publicó a partir de la posguerra.
A pesar de ello fue represaliado y al terminar el conflicto bélico, el tribunal militar lo condenó a treinta años de prisión por su adhesión a la rebelión. Tras someterlo a un consejo de guerra, primero y a distintas revisiones de la pena, después, se le fue rebajando la condena gracias a su excelente conducta y al comprobar que no se identificaba en absoluto con la causa marxista. Finalmente logró en 1941 la prisión atenuada en su domicilio y en 1943, la ansiada libertad. El paso por distintos penales -reconoció haber sido incluso condenado a muerte en un mismo día- marcaron terriblemente al novelista pero jamás fue partidario de la venganza ni del rencor y ni siquiera en la intimidad quería recordar aquella atroz pesadilla.
Lafuente Estefanía escribió sus primeros cuatro relatos como mera distracción en 1939, precisamente entre las paredes de la celda de la cárcel de Ocaña donde se encontraba preso. En cuanto salió, se las publicó una pequeña editorial madrileña que le animó a seguir escribiendo western. Después se marchó a Vigo donde residió una temporada y donde fundaría la editorial Cíes con la que verían la luz sus siguientes trabajos para, más tarde, firmar con otras empresas como Bruguera que publicaría la mayor parte de su producción literaria.
El toledano acertó al seguir el consejo de Enrique Jardiel Poncela que le recomendó que si iba a escribir, lo hiciera para que la gente se divirtiera porque era «la única forma de ganar dinero con esto». Aunque también cultivó los relatos de ciencia ficción e incluso los románticos –que firmaba con el nombre de su mujer María Luisa Beorlegui o como Cecilia de Iraluce-, fueron las novelas cortas del Oeste las que lo convirtieron en un líder de ventas principalmente durante las décadas de los años cincuenta y sesenta, tanto en España como en el sur de Estados Unidos y algunos países de Hispanoamérica. Además de firmar como M.L. Estefanía, utilizó pseudónimos de sonoridad más internacional como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce.
Los lectores españoles necesitaban distraerse de sus problemas y preocupaciones y la temática del Oeste americano era idónea para ello por ser un género popular muy entretenido y dotado de gran acción que también triunfó enormemente en el cine, primero, y en televisión, después. Aquella literatura de bolsillo, sencilla y directa, con sus atractivas ilustraciones en cubierta, llenó los kioskos de legendarios héroes y violentas batallas embadurnadas en el polvo del far west y donde, a modo de sutil moraleja, el bien siempre triunfaba sobre el mal.
Para elaborar sus argumentos y situarlos, se documentaba con numerosos mapas que estudiaba y, aunque aseguró haber estado en el lejano Oeste en algunos de sus viajes, hay quienes creen que jamás pisó aquellas tierras, dato que engrandecería todavía más su talento, eficacia e inagotable imaginación. Tal era su fecundidad literaria que decía haber visto varias películas que copiaban sus historias al pie de la letra sin haberle pagado un céntimo por ello.
Todo el mundo leía a Marcial Lafuente Estefanía, pequeños y mayores, gentes de todas las clases y condiciones sociales. Los críticos más remilgados calificaron su literatura como un subproducto pero él nunca protestó pues sabía que su única aspiración era la de entretener a los innumerables lectores que tenía repartidos por el planeta. A pesar de la popularidad de sus trabajos, se mantuvo siempre alejado del foco mediático y apenas concedió entrevistas a lo largo de su existencia, haciendo gala de su carácter discreto y reservado. Aislado en su residencia abulense de Arenas de San Pedro donde encontró la tranquilidad que necesitaba para trabajar y a unos entrañables habitantes con los que convivir, el disciplinado autor escribía a diario aquellas amenas historias de vaqueros de menos de cien páginas, llegando a las ocho novelas mensuales en su época de mayor plenitud.
Durante los buenos tiempos llegaron a venderse más de treinta mil ejemplares de cada título publicado y aseguró en alguna ocasión haber escrito más de dos mil setecientas novelas del Oeste. Al final de su carrera, sus hijos Francisco y Federico continuaron la producción literaria firmando nuevos títulos con el nombre de su padre. Se calcula que se han vendido unos seis millones de novelas suyas.
Además de la memoria colectiva de los que lo leyeron y afortunadamente conservan sus obras, el documental M.L. Estefanía. Galicia, más oeste que nunca (José Ballesta, 2012) y una calle en Arenas de San Pedro, localidad donde está enterrado, recuerdan la figura del prolífico escritor del que ahora se cumplen cuatro décadas de su desaparición. Y es que fue tal el impacto popular de su obra que hasta el cantautor Joan Manuel Serrat lo inmortalizó en su bellísimo Romance de Curro «El Palmo»: «Se leyó enterito a don Marcial Lafuente, por no ir tras su paso como un penitente».
Cabe pensar que su traumática experiencia le proporcionaría sobrados argumentos para fomentar la violencia y el odio y sin embargo, Lafuente Estefanía solo fue partidario de exterminar a unos centenares de malvados en la ficción de sus relatos, mostrándose siempre contrario a la pena de muerte y a favor de la reconciliación y de no avivar ningún enfrentamiento. Si las escuelas, los libros de texto o las nuevas generaciones han decidido relegar al olvido su literatura, su ejemplo como ser humano no debería pasar nunca de moda.