La exposición Flamenco Chipén recorre 150 años de la historia de esta expresión artística en Madrid
Carlos Arévalo
El corazón de Madrid latía por alegrías, seguidillas, caracoles o fandaguillos. Durante siglo y medio -y todavía hoy aunque con menor pujanza-, la capital española lo fue también del flamenco. Todos los artistas por cuyas venas corría el legendario arte, venían a la conquista de Madrid pues sabían que aquí estaba el trampolín hacia la gloria. Documentos, fotografías, carteles, discos o trajes así lo acreditan en la exposición gratuita titulada Flamenco Chipén y comisariada por David Calzado y Teo Sánchez, que puede verse hasta el viernes 17 de mayo en la sala El Águila de Madrid (C/ Ramírez de Prado, 3).
En torno al Madrid más castizo y concretamente a la plaza de Santa Ana, El Rastro o Lavapiés, se consagraron a partir del último tercio del siglo XIX muchas de las figuras del flamenco que hoy consideramos imprescindibles. Los llamados cafés-cantante, primero y luego los tablaos, academias de baile, teatros, tabernas y colmados -además de los luthiers con cuyas prodigiosas manos fabricaban aquellas impecables guitarras-, eran una prolongación del talento procedente del jerezano barrio de Santiago o del de Triana en Sevilla.
En lugares como Zambra, Los Gabrieles, El Corral de la Morería, Villa Rosa, Los Canasteros, El Duende, Las Brujas, el Circo Price, el teatro Pavón, Torres Bermejas, Casa Patas, Candela, Revólver, Viña P, la venta de Manolo Manzanilla o Caripén se fue forjando a lo largo del tiempo la personalidad de artistas irrepetibles en el cante, el baile o la música. Por estos escenarios pasaron desde La Niña de los Peines, Manolo Caracol, Juanito Valderrama o Angelillo a Morente o Camarón de la Isla, desde Sabicas a Paco de Lucía o desde La Argentinita a Antonio Gades o La Chunga, llegando a nombres más recientes como Manzanita, El Cigala, Joaquín Cortés o Ketama y pasando por otros muchos cuya sola mención emociona al melómano: Fernanda y Bernarda de Utrera, Marchena, La Argentina, Ramón Montoya, Chacón, Porrina de Badajoz, Emilio «El Moro», Habichuela, Sara Lezana, El Güito, Blanca del Rey, Agujetas y un interminable etcétera.
En contraposición a la juerga y la bohemia íntimamente relacionada con el flamenco, conviene también reivindicar la férrea disciplina como único camino posible no solo al éxito sino al mantenimiento del mismo. Para ello existieron prestigiosas academias y escuelas como la de Amor de Dios, donde jóvenes artistas procedentes de los más humildes y suburbiales poblados, origen de la mayoría de estas figuras, aprendieron a emplear la técnica al servicio del arte para lograr triunfos no solo en Madrid sino a escala mundial.
Flamenco Chipén, término éste de origen caló y que significa vida y simboliza lo auténtico, nos permite viajar hasta aquellos tiempos dorados de estos gigantes del cante jondo. Y nos ayuda también a comprenderlo como ritual casi sagrado donde el silencio, la música, el cuerpo y la voz se conjugan de un modo único para convertirse en magia dando lugar a una eclosión mística que guía ese duende invisible pero tan magnético como inexplicable.