Madrid rinde homenaje a San Isidro en el IV Centenario de su canonización
Carlos Arévalo
Como cada 15 de mayo desde el siglo XVIII, hoy se celebra una nueva edición de la romería -que no verbena- de San Isidro, esta fiesta tan popular y castiza que aunque al menos se mantiene, indudablemente hace muchos años que perdió gran parte de su alma entrañable y pintoresca. Refiriéndose al día del Patrón de Madrid, explicaba el tan olvidado como certero escritor madrileño Antonio Díaz-Cañabate, la diferencia entre romería y verbena: «Nos pasamos la jornada en la romería. Nos damos una vuelta por la verbena. La ensalada se puede comer en los dos sitios pero donde está buena de verdad es en la romería(...) Otra diferencia la encontramos en que la romería es un festejo diurno y la verbena, nocturno». Y el inimitable genio literario Ramón Gómez de la Serna, añadía: «No es verbena esta fiesta. La verbena es del atardecer y de la noche. (...)Es feria de Madrid, santo del patrón desproporcionado de la desproporcionada capital de las Españas».
Una jornada muy diferente
Por el puente de Segovia cruzaba antaño el inmenso gentío entre el jolgorio y la devoción camino a la Ermita del Santo. Ellas, chulapas ataviadas con peineta, mantilla, mantón y distintas combinaciones de claveles blancos y rojos según su estado civil y ellos, chulapos, tocados con parpusa a cuadros y chalecos ceñidos. Era costumbre en aquellas evocadoras romerías en la Pradera de San Isidro que los niños se divirtieran en los tiovivos y carruseles dando vueltas a lomos de cerdos regordetes, que los jóvenes practicaran su puntería en los puestos de tiro al blanco o en aquellos aparatos verticales para probar la fuerza y que las parejas bailaran el chotis al son de las melodías que emanaban de los organillos tan típicos entonces y ya desaparecidos.
Tampoco faltaban los gitanos acompañados de monos que bailaban e incluso de algún que otro oso amaestrado, entreteniendo al público a cambio de una limosna mientras pobres y tullidos mendigaban caridad a las puertas de la ermita. Como recuerdo de la romería se vendían aromáticos tiestos de albahaca o pitos del Santo, simpáticos silbatos de juguete con forma de pájaro fabricados en barro o en vidrio que se llenaban parcialmente de agua y producían un sonido similar al de los canarios cuando se soplaba mediante las tres aberturas que tenían.
Botas de vino, ensaladas y rosquillas
Las ensaladas de escabeche con aceitunas negras y las tortillas eran los platos más consumidos por los madrileños que acudían a la Pradera, refrescándose con Valdepeñas de la bota o con el agua fresca de los botijos. Y de postre, en uno de tantos puestos, se compraban churros y sobre todo las célebres rosquillas del Santo que todavía hoy se venden en numerosos establecimientos. Las más conocidas son las llamadas «tontas» y «listas», las primeras no llevan nada por encima mientras que las segundas van cubiertas de azúcar, yema de huevo y zumo de limón aunque también son muy demandadas las de Santa Clara con merengue seco y las francesas con almendra picada.
Aquellas rosquillas de anís las puso de moda una señora conocida como la Tía Javiera. El premio Nobel de Literatura, don Jacinto Benavente aseguraba que dicha vendedora procedía del pueblo de Villarejo de Salvanés mientras que otros eruditos afirmaban que era de Fuenlabrada, quizá porque este municipio cuenta con una acreditada tradición rosquillera. En cualquier caso inmortalizó el delicioso dulce hasta tal punto que, al morir, haciendo uso de nuestra sempiterna picaresca, muchas vendedoras afirmaban ser familiares de la tal Javiera. El ingenio popular no tardó en propagarse en forma de verso:
«Pronto no habrá, ¡cachipé!
en Madrid duque ni hortera
que con la Tía Javiera
emparentado no esté.»
El pintor y grabador expresionista y buen conocedor de aquellas tradiciones José Gutiérrez Solana, narraba así el ambiente que se vivía el día de San Isidro: «Abajo, en la explanada de la Pradera, el humo que hacen las calderas de churros, y la polvareda del galopar de los caballos y los tranvías de mulas, que llegan atestados de gente; los «Tíos Vivos», columpios, montañas rusas, puestos de comidas y bebidas...En la tienda de vinos de Acal se sirven callos y caracoles. Se oyen los gritos alegres de las mujeres que se suben al columpio; se organizan bailes españoles, por parejas; se baila la jota, el bolero andaluz... Y en la alfombra de fresco césped, se ven grupos sentados a la margen del Manzanares. A lo lejos se ve la iglesia de San Francisco el Grande, el Palacio Real, esta vista de Madrid bañado en una luz transparente y clara que refulge como el acero».
La burla hacia los «isidros»
En las fiestas del Santo Patrón también ha desaparecido una antigua costumbre que era la asistencia de los conocidos «isidros», denominación que recibían aquellos campesinos y gentes de pueblos cercanos que se desplazaban a Madrid y que solían acudir fundamentalmente a la romería. Eran personas de aspecto tosco cuya vestimenta les distinguía de los demás siendo objeto de bromas y timos por parte de desaprensivos que se aprovechaban de su ingenuidad y desconocimiento de la capital. Los «isidros» eran víctimas de engaños por «listos» que les cobraban una tarifa entregándoles a cambio un documento para que pudieran pasear por la Puerta del Sol o por Paseo de El Prado o que les vendían un supuesto pero, en realidad, falso billete de tranvía. Igualmente, les otorgaban licencias para poder beber en las fuentes públicas u otras estafas semejantes.
En la actualidad no es en absoluto comparable la celebración del día de San Isidro al de tiempos pretéritos y no tan pretéritos. En numerosos aspectos relacionados con la salubridad, el transporte o la seguridad habremos evolucionado y, por el contrario, en otros, más numerosos quizá, vinculados a las relaciones humanas, a los valores o a la educación, habremos destruido la esencia popular, la forma sana de divertirse, las costumbres más arraigadas e incluso las indumentarias o la música. Partidarios del antes o del ahora, todos son bienvenidos a disfrutar como mejor sepan de este destacado acontecimiento. Volviendo al siempre sabio Gómez de la Serna, comprobamos que hay algo que no ha cambiado, la asistencia masiva de público:
«Recuerda la fiesta de San Isidro, con un remedo persistente y violento como un sartenazo, la remota época en que la Humanidad era tribu trashumante y todos se entremezclaban en las cañadas o valles de la vida. Se siente el hedor y el rumor antiguo de aquellas multitudes pastoreantes. Por un día se incurre en aquella aglomeración arcádica».
Leyenda del Santo Patrón madrileño
La figura histórica conocida como San Isidro «Labrador», Patrón de la ciudad de Madrid y de los agricultores se llamó en realidad Isidoro -Isidro es una abreviatura- Merlo y Quintana y fue un humilde campesino que vivió noventa años entre finales del siglo XI y principios del XII (1082-1172). Tras el asedio de los almorávides a lo que entonces era Mayrit, todavía bajo el dominio musulmán, se marchó a la localidad de Torrelaguna donde contrajo matrimonio con una mujer llamada María Toribia -que posteriormente también sería canonizada como Santa María de la Cabeza- y tuvieron un hijo de nombre Illán.
Los impactantes milagros del Santo
De nuevo en la ciudad, trabajaría como jornalero las tierras del noble Iván de Vargas sitas junto a la madrileña iglesia de San Andrés. El futuro santo era un hombre laico aunque de una profunda convicción religiosa. Como curiosidad conviene apuntar que algunas investigaciones recientes dudan de si sus orígenes eran realmente mozárabes o musulmanes.
El caso es que la Iglesia Católica le atribuye más de cuatrocientos milagros entre los que destacan algunos como el que cuenta que mientras él se encontraba labrando el campo, su mujer y su hijo se quedaron en la casa donde vivían. En un descuido de ésta, el niño se precipitó al interior del pozo que tenía 27 metros de profundidad. Cuando llegó, encontró a su esposa desesperada por el fatídico accidente. Entonces Isidro comenzó a rezar a la Virgen de la Almudena para que intercediese por su hijo. Al parecer, en aquel instante, comenzó a subir el nivel del agua hasta que el niño pudo salir a la superficie sano y salvo. El citado pozo se conserva en el actual Museo de San Isidro (Plaza de San Andrés, 2) donde estuvieron las casas de la familia Vargas, para la que sirvió el tan venerado jornalero.
Otro de los increíbles logros espirituales atribuidos al patrón de Madrid cuenta que al ir a diario a rezar a la iglesia, los jornaleros que trabajaban las tierras con él, se quejaron a su jefe de que se distraía con las oraciones y no cumplía con la faena del campo. La perplejidad les embargó a todos cuando descubrieron que, mientras él rezaba, varios ángeles guiaban a sus bueyes que araban la tierra. Así le cantó a aquel milagro el poeta y dramaturgo Lope de Vega, nuestro «Fénix de los Ingenios»:
«Vio que los bueyes andaban
entre los surcos ligeros
y que los seis compañeros
al lado de Isidro estaban
con el carro y los luceros.
Vio las ricas aguijadas,
de piedras y oro bordadas,
y los capotes de estrellas,
o porque lo fuesen ellas
o por ser imaginadas».
Una momia milagrosa y mutilada
Al morir nuestro protagonista en el año 1172, fue enterrado en la iglesia de San Andrés, primero en una discreta ubicación y, posteriormente, junto al altar mayor para, definitivamente, ser trasladado después a la Colegiata de San Isidro, templo que, desde 1885 y hasta que se designó como tal a la Almudena en 1993, fue la Catedral de Madrid. Allí también se conservan las reliquias de su esposa Santa María de la Cabeza.
El cuerpo incorrupto de San Isidro se exhibe al público en contadas ocasiones. La última vez tuvo lugar en 1985 y se prevé que este año se muestre durante unos días de este mes de mayo. Una de las más poderosas razones por las que se prohibió visitar la momia sagrada se debe al desgaste sufrido a lo largo de su historia, casi siempre en ayuda de la petición real, ya que dicho cuerpo ha sido traído y llevado infinidad de veces a Palacio e incluso hasta Casarrubios en Toledo, donde viajó en 1619, cuando fue menester pedir por la salud de Felipe III, que volvía a la Corte tras un periplo por la entonces aneja corona portuguesa.
El último que tuvo junto a él la momia de San Isidro fue Carlos III, que agonizante en su lecho, se vio muy reconfortado al contemplar el cuerpo del San Isidro y al poder tocar también la calavera y las canillas de su compañera, Santa María de la Cabeza. Tantos traslados y la autorización a palpar la osamenta del santo, principalmente por parte de miembros de la realeza y de la alta nobleza, provocó un deterioro considerable del mismo, llegando incluso a la mutilación de algunos huesos como cuando una dama de la Corte de Isabel la Católica, al besar el dedo pulgar del pie del santo, lo arrancó sin querer y acto seguido se lo llevó. Al parecer los caballos que tiraban de su carroza se negaron a cruzar el río Manzanares, señal que aquella mujer interpretó como divina, devolviendo finalmente la reliquia a su dueño. Durante la guerra civil española, la Colegiata de San Isidro fue quemada destruyéndose así numerosas obras de arte y objetos de culto pero salvándose milagrosamente los restos del Santo Patrón de Madrid y de su esposa.
Una ermita en su memoria
Además de trabajar como labrador, Isidro demostró sus habilidades como zahorí descubriendo un manantial cuyas aguas supuestamente tenían propiedades curativas. Otros monarcas que también buscaron remedios ultraterrenales para curar sus males y dolencias aferrándose al divino poder del santo fueron Carlos V o su hijo Felipe II que bebieron de aquellas aguas recuperando la salud según cuentan algunas crónicas. Así, en 1528 y en señal de gratitud y devoción, la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, ordenó erigir una ermita en aquel mismo lugar, conocida como la Ermita del Santo y ubicada en el actual distrito de Carabanchel. Junto a aquel primitivo manantial se pueden leer estos versos:
«¡Oh ahijada tan divina
como el milagro lo enseña!
Pues sacas aguas de peña
milagrosa cristalina,
el labio al raudal inclina,
y bebe de su dulzura
pues San Isidro asegura
que si con fe la bebieres
y calentura trujeres,
volverás sin calentura».
En 1724 debido al estado ruinoso que presentaba el oratorio, se rehizo completamente por orden del virrey de Nueva España, Baltasar de Zúñiga. Más de dos siglos después, en 1936, la ermita sufrió un pavoroso incendio siendo reconstruida en 1940 según los planos del siglo XVIII. Cada año en la festividad de San Isidro, se oficia una multitudinaria misa de campaña en la explanada próxima a la citada ermita a la que sigue la detallada romería en la que todos beben de la fuente milagrosa y disfrutan en la famosa Pradera que inmortalizó mágicamente en su lienzo el maestro Francisco de Goya.
Icono espiritual de la Reconquista
La épica leyenda que avala al santo madrileño cuenta también que en 1212 se le apareció en forma de pastor en el puerto del Muradal al rey Alfonso VIII de Castilla para guiar hacia la victoria al ejército cristiano en la batalla de las Navas de Tolosa, una de las más importantes de la Reconquista. Tras descubrir que el cuerpo de Isidro permanecía incomprensiblemente incorrupto, el monarca visitó la momia reconociéndola inmediatamente como aquel hombre que les había ayudado alcanzar la gloria.
En agradecimiento, regaló un arca de madera para conservar su esqueleto. Desde entonces y hasta nuestros días, el pueblo madrileño comenzó a venerar su figura. Las diferentes arcas, urnas y cofres, en los que se han conservado los restos de San Isidro y Santa María de la Cabeza, se cerraban con cerraduras y candados cuyas llaves eran repartidas entre diferentes depositarios para proteger las reliquias llegando incluso algún monarca a poseer la llave maestra. Como patrón de los agricultores es idóneo por proceder de dicho oficio. El gremio lo invoca para paliar sequías y obtener buenas cosechas y, al parecer, en multitud de ocasiones con excelentes resultados.
Finalmente en 1622 San Isidro fue canonizado por el Papa Gregorio XV por lo que en este 2022 se conmemora el IV centenario desde que oficialmente entró a formar parte del santoral. Independientemente de creyentes o escépticos, la indiscutible relevancia de San Isidro como personaje histórico y su impacto en la cultura popular no debería dejar indiferente a nadie pues al conocer la raíz de nuestras tradiciones podemos descubrir apasionantes hallazgos que nos ayudan a comprender nuestra idiosincrasia y nuestro pasado.