Se han cumplido siete décadas de la desaparición del popular payaso español
Carlos Arévalo
Al payaso Ramper le ocurrió lo que le sucede a tantos cómicos, que tras su alegre cara pintada se escondía una existencia difícil y un carácter serio y entristecido por los avatares de la vida. Pocos serán los que recuerden todavía a este artista completo que hizo reír a miles de españoles desde la segunda década del siglo XX hasta su desaparición en 1952. Y es que ha pasado demasiado tiempo desde la época de su esplendor pero también es cierto que, desgraciadamente, Ramper lleva olvidado décadas. Se llamaba Ramón Álvarez Escudero y había nacido en Madrid en el otoño de 1892. Su alias artístico surgió cuando formó pareja artística junto a su hermano Perico y decidieron unir la primera sílaba de sus nombres: Ram-Per. Y ahí comenzó a forjarse su leyenda.
Temprana vocación artística
De familia humilde pero muy trabajadora, su padre don José estuvo al frente de dos carbonerías, primero y de una cacharrería, después. Había conocido a su madre, doña Justa cuando ésta servía como cocinera en casa de un capitán hasta que se casaron. Tuvieron trece hijos de los cuales diez se murieron muy pronto. Los supervivientes fueron Ramón, Perico y Justa, la hermana pequeña. De niño, Ramón era un castizo golfillo que recogía colillas del suelo y enredaba por las calles del barrio de Lavapiés con otros pícaros como él.
Su primer contacto con el mundo del circo fue al asistir a una función en el gallinero del Parish, posteriormente Circo Price. Quedó fascinado ante el embrujo y la magia de aquel espectáculo y enseguida supo que había brotado en él la vocación artística. Empezó como vendedor de agua en dicho coliseo y pronto decidió entrenar por su cuenta haciendo ejercicios de equilibrio en la larga barandilla de hierro que entonces existía en el madrileño Paseo del Prado.
Primeros pinitos como acróbata
A principios del siglo XX, en aquel Madrid con alma de poblachón manchego donde sonaban los organillos y trabajaban a destajo las alegres modistillas, Ramón aprendía el oficio circense junto a un acróbata callejero llamado Clement. Alguien le recomendó que si quería seguir por aquel camino lo más indicado sería asistir a la Sociedad Gimnástica Española, sita en la calle del Marqués de Leganés, donde hoy se ubica la legendaria sala de fiestas Morocco.
Su padre, que al principio no estaba nada convencido de que su hijo mayor quisiera dedicarse a lo que entonces -y también ahora- era una profesión tan inestable, lo acompañó a que le hicieran una prueba. Al principio, su físico enclenque no auguraba muchas esperanzas pero gracias a su constante dedicación y a su inmensa ilusión, aquel chavalín pronto demostró que estaba preparado para convertirse en un auténtico hombre de circo. Tales eran sus cualidades que se doblaba hacia atrás y cogía una moneda con los dientes sin apoyarse en ningún sitio. Después pegaba un salto, se agarraba las rodillas en el aire, daba una voltereta y caía de pie. Ejercicios verdaderamente portentosos que dejaban boquiabiertos a sus compañeros.
Durísimos comienzos circenses
Junto a algún colega de oficio hizo algunas pequeñas tournées por pueblos cercanos sin obtener ningún éxito ni beneficio pero Ramón era inasequible al desaliento. En el Circo Parish conoció a Los Otelo, un matrimonio de malabaristas italianos que lo contrataron ofreciéndole, como único sueldo, el alojamiento y la posibilidad de aprender de ellos. Los acompañó durante siete meses en una terrible gira en la que tuvo que soportar vejaciones y malos tratos hasta que se armó de valor y pudo regresar a Madrid. La durísima vida del circo le empujó a encontrarse con gentes así, que lo humillaron, le estafaron o le abandonaron pero también le permitió encontrar finalmente su hueco, hacerse a sí mismo y lograr el triunfo absoluto.
Paso por distintas formaciones artísticas
Tras aquel período de formación que en el argot del teatro se denominaba meritoriaje, Ramón que todavía no se había unido a su hermano Perico como pareja artística y por tanto aún no se anunciaba como Ramper, formó junto a otro principiante, Paquito Mora, un número circense que representarían en un cine de verano madrileño bajo el nombre de Los Selvas. Su primer sueldo fue de 7,50 pesetas. Después vendrían nuevos números con otras formaciones y otros nombres como Les Croal's Freres, Orosa y su augusto torpe, etcétera.
En esta época además de trabajar como acróbata equilibrista, Ramón empezaba a pensar en su futuro profesional y sabía que para ello debería hacer reír a la gente, así que como no había medios para comprar maquillaje, simulaba aquellas pinturas embadurnándose la cara con pimentón y mantequilla pero sin lograr el efecto deseado en el público. Recorría España junto a un artista de su tiempo llamado Félix Jerlarwal's cuando, incorporando improvisados números de humor, notó que el auditorio reaccionaba positivamente. En Bilbao tuvo un gran éxito y a partir de aquel momento, los escenarios de esa plaza ya serían, junto a los de Madrid y Barcelona los lugares donde más apreciarían su arte.
Albañil en el Hotel Palace
Tras contraer matrimonio con la vasca Aurina Secades que sería la futura madre de sus hijos, sufrió uno de esos largos parones laborales tan típicos como desagradables en la profesión. Corría el año 1911 y en Madrid se estaba erigiendo el majestuoso Hotel Palace cuyos constructores solicitaban mano de obra urgente, así que, ni corto ni perezoso, Ramón se colocó allí una temporada como peón para poder seguir sobreviviendo mientras no saliera nada de lo suyo. Entonces el ya desaparecido Café Colonial, que estaba en la calle de Alcalá número 3, era el centro de reunión de artistas e intelectuales y una especie de lonja de contratación como mucho después sería el Café Gijón. Allí acudía Ramón cada noche para dejarse ver y no perder el contacto con sus compañeros de profesión.
Eran los tiempos de estrellas del cuplé, bailaoras y cantantes como La Goya, La Chelito, Pastora Imperio o La Argentinita. Volvieron los contratos y Ramón se incorporó al número que realizaba con Jelarwal's. Con el estallido de la Gran Guerra de 1914, Pedro, hermano de Ramón al que todos llamaban Perico, regresaba desde París donde con sólo catorce años se había convertido en un prodigioso contorsionista triunfando en compañías circenses por diversos países de Europa.
El nacimiento de Los Ramper's
La gracia y el desparpajo de Ramón, unida a las peripecias acrobáticas de Perico dieron lugar a la creación de Los Ramper's donde la ese final les otorgaba un aire más internacional. Debutaron en 1914 en el extinto teatro Romea de Madrid de la calle de Carretas que en aquella época ofrecía atractivos programas de variedades también llamadas varietés donde reinaba la gran diva aragonesa Raquel Meller y exóticas bailarinas como Tórtola Valencia o Antonia Mercé «La Argentina».
Los Ramper eran imparables y causaban sensación allá por donde actuaban; Perico asombraba al público con sus contorsiones doblándose con una elasticidad pasmosa hasta el punto de que muchos le apodaron «bisagrita» y Ramón los divertía con sus chistes de actualidad, adivinanzas y ocurrencias. Fue en España un artista pionero en pintarse la cara como los payasos que conocemos hoy, con tres grandes óvalos, uno cubriendo cada ojo y otro mucho más largo, la boca. También fue un caricato adelantado a su tiempo a la hora de imitar voces, parodiar a sus compañeros y en definitiva, reinventar la forma de hacer humor en directo, amén de su destreza como equilibrista que compaginaba con los registros cómicos. Quedó en la memoria popular la frase que decía con una vocecilla muy característica cuando sacaba una escalera a escena para hacer su tan celebrado número cómico-acrobático: «¡Voy pa' ariba!»
Recorrieron los dos hermanos incansablemente desde muy jóvenes toda nuestra geografía, alcanzando una enorme popularidad y un caché de los más importantes de su tiempo. Con sus vanguardistas y amenos espectáculos, pisaron los más prestigiosos teatros compartiendo cartel con los mejores artistas del mundo como Maurice Chevalier y codeándose con lo más granado de la sociedad de entonces. Con Raquel Meller cultivaron ambos hermanos una entrañable amistad que se tradujo en favores, ayudas y contratos por parte de ella, que ya era una figura consagrada en el ámbito internacional.
Continuar a pesar de la tragedia
En el verano de 1920 estando en San Sebastián para cumplir un contrato en el Miramar, Perico que se encontraba en la playa de La Concha con un amigo, se subió a sus hombros para hacer una pirueta saltando en el agua. Pero la mala fortuna le hizo resbalar precipitándose bruscamente al mar de cabeza y provocándole una fractura mortal en la columna vertebral. Terminaba así, trágica y repentinamente la vida de Perico y por consiguiente la carrera artística de Los Ramper, sumiendo a Ramón en un profundo abatimiento. Pero ya se sabe que el espectáculo debe continuar y por tanto, no le quedaba más remedio que seguir adelante. Gracias a varios empresarios que tenían contratos en vigor con ellos y que demostraron así su verdadera amistad, le ofrecieron continuar con sus funciones circenses con el mismo sueldo que cobraban los dos hermanos y, de esta manera, pudo reanudar su trayectoria como clown presentándose en solitario como Ramper. El recuerdo del amargo final de su querido hermano, muerto con tan sólo veinte años en lo mejor de la vida y del triunfo, lo acompañaría para siempre.
Luego lo contrataron para trabajar en el elenco de una ambiciosa revista en la que participaban nada menos que 150 artistas titulada ¡Oh...,la revue! que se estrenó en el teatro Principal Palace de Barcelona. Se trataba de una espectacular puesta en escena al estilo francés cuyo montaje tenía un coste de 600.000 pesetas del año 1921.
Después vendrían exitosas temporadas con el empresario José Luis Campúa en el teatro Maravillas de Madrid cobrando 150 pesetas diarias y tantas otras revistas y espectáculos donde Ramper encarnaría al genial caricato que siempre fue, entreteniendo al público entre número y número, haciendo equilibrios imposibles mientras contaba chistes, parodiando a los artistas que acababan de salir hacía unos minutos e incluso trabajando como explicador, una figura ya en desuso, muy célebre en aquellos tiempos del cine mudo en los que, durante las proyecciones, alguien relataba al público lo que estaban viendo.
Y es que su vida fue una constante gira por nuestros escenarios y un constante renovarse o morir. Muchos artistas le copiaban los sketches teniendo que inventar otros nuevos porque el público creía que había sido él quien los plagiaba. A mediados de los años veinte, llegó Ramper a formar trío artístico junto a los cómicos Luis Esteso, -pariente lejano del actor Fernando Esteso- y José Álvarez «Lepe» a los que la crítica denominó «los tres ases de la gracia».
Actor de cine y amigo de Gardel
A finales de la década de los veinte, Ramper ya era una figura consagrada del humor y el entretenimiento. Tal era su estatus que cobraba 400 pesetas diarias y así pudo adquirir un chalet en Madrid por 36.000 pesetas en lo que hoy es la calle de Príncipe de Vergara, entonces inexistente. Lo acondicionó a su gusto con piscina y garaje y lo bautizó como «Choza Ramper».
Trabajando en el teatro aceptó la propuesta de participar en la película Frivolinas. Dicha producción dirigida por Arturo Carballo y rodada al aire libre en el Parque del Retiro está considerada como la primera revista cinematográfica que se realizó y, aunque todavía eran los tiempos del cine mudo, en esta película se empleó entonces un innovador sistema de sincronización con discos de gramófono. Afortunadamente dicha cinta se conserva en la Filmoteca Española y recientemente ha sido digitalizada.
Después de esta aparición en la gran pantalla, Ramper intervendría en una de las primeras experiencias cinematográficas sonoras que llegaron en 1930 en forma de cortometraje donde contaba sus cuentos y chistes. Hasta ese momento en Madrid sólo se habían podido ver algunas pruebas de películas sonoras en el cine Callao, siendo Concha Piquer la primera artista española cuyo rostro recogió el celuloide en estos inicios de los films sonoros. Era también la época dorada del tango y a España llegó la máxima estrella de dicho ritmo argentino, Carlos Gardel. Vino para actuar en el Avenida madrileño con el espectáculo Coloret review- Ballet sketch, un show en el que también contrataron a Ramper que hizo una entrañable amistad con el ídolo universal.
Triunfo en Argentina y marcas con su nombre
Ya en los años treinta, recibió nuestro genial clown una oferta para actuar durante diez semanas en Buenos Aires. Tras una tediosa travesía en barco, debutó en el Maipó con la revista El buen humor a la vista logrando una excelente repercusión entre el público argentino. Aunque estando allí intentaron ofrecerle nuevos contratos, los rechazó, regresando a España donde verdaderamente quería actuar.
Su popularidad fue tan destacada que los más avispados comerciantes no dudaron en utilizar aquel tirón como reclamo publicitario y así se fabricaron juguetes con su figura, se hicieron dibujos animados sobre él, grabó discos con sus ocurrencias y canciones humorísticas e incluso le pusieron su nombre a un anís. Ramper, voraz lector, cultivó además un curioso interés en el estudio de materias como la ornitología o la aviación, llegando incluso a fabricar diversos artilugios a modo de alas que le impulsaran para elevarse del suelo, objetivo que nunca pudo lograr. Siempre innovando, su habilidad para los trabajos manuales le ayudó enormemente a la hora de construir un dirigible que utilizó en uno de sus números o un minúsculo automóvil a pedales que conducía en sus originales presentaciones.
Compañías artísticas de primer nivel
Un par de años antes de que comenzara la guerra civil, formó compañía con la ya citada Concha Piquer con la que hizo una intensa y aplaudida gira por nuestra geografía y también le dio la alternativa en el Price a una jovencísima Estrellita Castro que pronto se convertiría en una de las grandes representantes de la canción española. En la década siguiente compartiría escenario con nuevas figuras de la música patria como Juanita Reina o Pepe Blanco.
Exactamente el 18 de julio de 1936 iba Ramper a comenzar el rodaje en Barcelona de la película ¡Bimbo! ¡Bimbo! que protagonizaría a las órdenes del cineasta alemán Otto Bauer, una producción que nunca pudo iniciarse por el terrible estallido de la guerra civil española. Ante el negro panorama decidió regresar a Madrid junto a su familia y, durante la contienda, obligado por los milicianos, no tuvo más remedio que actuar gratis para diversos festivales benéficos de la CNT. Afortunadamente ambos bandos lo respetaron y pudo conservar su vida y su libertad. De él dijeron que contaba chistes políticos y se metía con los gobernantes de su tiempo pero realmente lo que hacía era aplicar hábilmente la ironía sobre asuntos de actualidad empleando además respuestas rápidas e inteligentes cuando los espectadores lo ponían en un compromiso. Ramper hizo gala de ser un artista libre y públicamente no se casaba con nadie.
La decadencia de su leyenda
Tras el horror de la guerra, se restablece la rutina y Ramper -que nunca dejó de trabajar- se incorpora a nuevos espectáculos. Su sueldo es de 750 pesetas al día, llegando a las 1.000 en ocasiones y manteniéndose así como uno de los artistas mejores pagados en España. Pero a principios de los cuarenta las variedades ya no parecen atraer al público como antes y durante los siguientes años, será lo folclórico y la revista lo que triunfe sobre los escenarios. Además, su salud comienza a resentirse seriamente por fuertes ataques de asma agravados por el tabaco que fuma desde niño.
Toca reinventarse una vez más y, ayudado por uno de sus hijos, en 1949 se embarca en la aventura de explotar un circo ambulante propio, el Circo Ramper. Alquilan dos carpas para que, mientras actúan en una plaza, se vaya montando su circo en la siguiente y, así, da comienzo un periplo lleno de inconvenientes que, en lugar de ser un apasionante capítulo de sus memorias, se transforma en una patética odisea.
Temporales, tormentas y otras inclemencias meteorológicas, dañan y rompen los materiales y ahuyentan al público de muchos pueblos y ciudades españolas por donde pasan. Las pérdidas económicas hacen el negocio insostenible, las inmensas deudas se acumulan y la salud de Ramper se agrava. El resultado es catastrófico y la empresa finalmente quiebra.
Triste final para un ídolo
Comienza el año 1950 contratado en el Price pero ya no es el mismo y además tiene que resignarse a cobrar la mitad de lo que cobraba. Siente una inmensa tristeza y piensa que el público le da la espalda. El viejo cómico está física y mentalmente agotado. Aún así gracias a la ayuda de algunos empresarios, recibe varias ofertas y se embarca en nuevas tournées mucho menos ambiciosas que las anteriores y en escenarios de categoría muy inferior. A pesar de los consejos del médico, el afamado payaso sigue fumando y haciendo caso omiso de las advertencias familiares. Trabajando en distintas plazas de Andalucía, hacen parada en Sevilla alojándose en el desaparecido Hotel Biarritz. Ramper se encuentra muy mal y tiene fiebre elevada, es la Nochevieja de 1951.
Al día siguiente, el doctor que le atiende desaconseja el traslado del paciente a Madrid y el dinero que habían ahorrado en aquella gira comienza a desvanecerse por los gastos médicos, el alojamiento y la manutención. El día 5 de enero, la estrella de Ramón Álvarez Escudero «Ramper», se apaga en la habitación de aquel hotel sevillano sin cumplir siquiera los sesenta años. La familia decide velarlo públicamente en la pista del Circo Price de Madrid, su escenario fetiche, donde centenares de personas de todas clases sociales hacen una larga cola para despedirse de aquel querido artista que tan buenos ratos les hizo pasar.
El recuerdo de un mito
Su buen amigo y admirador, el escritor extremeño Leocadio Mejías le brindó un emotivo tributo literario a título póstumo publicado bajo el título de Ramper: Una vida para la risa y el dolor. Pasaron los años y la huella del genial payaso y equilibrista se fue diluyendo sepultada por las arenas del tiempo. Recientemente y gracias a la compañía teatral Cancamisa se ha tratado de volver a recuperar su espíritu con la publicación de la obra Rámper: vida y muerte de un payaso que también han llevado a los escenarios a modo de homenaje hacia su memoria y su buenhacer.
Si al estudiar la evolución socio-cultural de la España de la primera mitad del siglo XX, alguien decide incorporar el nombre y la historia de Ramper en esos textos junto a otros maestros como Charlie Rivel, Marcelino Orbés o la saga de los Aragón, no solamente estará haciendo justicia histórica sino que contribuirá a devolver al onírico mundo del circo la gratitud e importancia que merece.