La huella del popular bandolero romántico Luis Candelas

El lunes 6 de noviembre de 1837 ejecutaron al bandido de Madrid con garrote vil

Carlos Arévalo

Se cumplen 188 años desde que aquella fría mañana de invierno, Luis Candelas subió al patíbulo instalado en las inmediaciones de la madrileña Puerta de Toledo, donde fue ajusticiado públicamente en cumplimiento de la irremediable condena a muerte dictaminada días antes. Un buen número de novelas, biografías, obras de teatro, películas, poesías, aleluyas, canciones, cómics, calles, un restaurante y hasta una feria artesanal han reflejado a lo largo de las décadas el espíritu audaz y ambicioso del bandido más castizo, simpático y popular de nuestra Historia.

Familia honrada y trabajadora

Muchas han sido las informaciones publicadas en torno a la figura del más famoso delincuente que ha dado Madrid aunque no todas son fiables, comenzando por su fecha de nacimiento que se sitúa en 1804. Si consultamos la hemeroteca de 1837, los artículos publicados en algunos periódicos (y supuestamente basados en su ficha policial) hablan de un joven de 29 años, es decir, nacido en 1808. El caso es que Luis Candelas Cagigal vino al mundo en el corazón del humilde barrio de Lavapiés antiguamente denominado de El Avapiés, en aquel Madrid decimonónico de majas, manolas y chisperos. Fue bautizado en la parroquia de San Sebastián de la calle de Atocha y creció en la calle del Calvario. Tenía al parecer una marca debajo de la lengua, signo para los más supersticiosos, de que llegaría a ser alguien destacado en el futuro. 

Su padre era carpintero y pensando en su porvenir quiso enseñarle el oficio aunque como de todos es sabido, la vida lo llevaría por otros derroteros menos honrados. Desde niño ya participaba en las peleas a pedradas con las pandillas del barrio, curtiéndose así su valor y su carácter indómito. Estudió un par de años en el Instituto San Isidro hasta que lo expulsaron por devolverle una bofetada a un profesor. A pesar de su fama, Luis Candelas siempre fue un voraz lector y, paradójicamente, trabajó durante una temporada como ayudante de un funcionario de Hacienda en las labores de recaudador de impuestos, siendo destinado en ciudades como Alicante, Santander, La Coruña o Zamora y obteniendo un expediente intachable.

Temprano currículum delictivo

Dotado de una incuestionable astucia, el ingenioso e incorregible ladrón madrileño, siempre presumió de no haber cometido ningún delito de sangre. Sus fechorías y robos en aquella España sumida en una notable crisis política y económica fueron incontables. Unos fueron verdad, otros probablemente fruto de la invención popular que engrandeció su leyenda pero lo cierto es que desde muy joven se introdujo en ambientes temerarios, frecuentando compañías poco recomendables y liderando bandas como la formada por Paco «El Sastre», Mariano Balseiro y los hermanos Cusó entre otros avispados compinches. 

Uno de los robos más originales y famosos que cometió tuvo lugar en una tienda de ornamentos religiosos de la madrileña calle de Postas. Para ello vistió de obispo a un mendigo al que ordenó que permaneciera callado mientras que él se hacía pasar por su secretario. Entraron en el establecimiento y el falso obispo se sentó en una silla y se quedó adormilado mientras Candelas y sus ayudantes iban cargando en el carruaje en que habían llegado, numerosos objetos de valor. Convencieron al dueño de dejar descansar allí un rato al clérigo mientras ellos se llevaban el material y regresaban para liquidar la cuenta pero nunca volvieron.

Para planear sus robos y repartir sus beneficios, el astuto ladrón se reunía con sus compañeros en discretos rincones como la Taberna del Cuclillo en la calle Imperial o en la de Traganiños en la antigua calle de los Leones entre otros escondites. Paseando en la alta noche por las callejuelas del viejo Madrid no es difícil imaginarse la presencia del bandido que conocía al dedillo cada escondrijo de la ciudad, sus trastiendas, túneles y otros espacios donde se ocultaba y donde una vez logrado su objetivo, dividía el botín con sus colaboradores.

Maestro del disfraz y la estafa

De las viviendas que habitó, destaca la del número 5 de la calle de Tudescos ya desaparecida, que tenía dos entradas. Por la trasera salía a un callejón entre las sombras de la noche a perpetrar sus delitos mientras que por la principal aparecía disfrazado y convertido en don Luis Álvarez de Cobos, un supuesto hacendado del Perú que acreditaba con documentación falsa y, ataviado con las mejores galas, se codeaba con la alta sociedad asistiendo a fiestas, tertulias y otros destacados acontecimientos. Y es que Candelas fue un maestro del disfraz adoptando distintas personalidades y apariencias para llevar a cabo sus meticulosos planes.

En su día a día, siguiendo las costumbres de su época y clase, vestía fajín rojo, sombrero calañés e iba habitualmente embozado en una capa negra. En su ficha policial figuraban algunos datos que nos pueden ayudar a reconstruir su físico: Estatura: regular; Pelo: negro (sin redecilla) Ojos: al pelo; Nariz: regular; Boca: grande y prominente de mandíbula; Dientes: iguales y blancos; Otras señas particulares: no usa bigote ni perilla; Color del rostro: quebrado; Complexión: recia, bien formado en todas sus partes. 

Ladrón de fortunas y de corazones

Muy querido por el pueblo madrileño, las clases más humildes lo admiraban por su coraje e inteligencia natural y porque anhelaba un reparto más equitativo de la riqueza aunque fuera en su propio beneficio. Además, su magnetismo, su porte y su don de gentes, le ayudaron enormemente a cosechar un arrollador éxito entre las féminas con quienes siempre tuvo fama de donjuán. Al parecer contrajo matrimonio en 1827 en la iglesia de San Cayetano con una mujer viuda llamada Manuela pero aquella unión terminó a finales de aquel mismo año. Entre sus numerosas amantes figuró una guapa madrileña que vendía frutas y verduras y a quien apodaban Lola «La Naranjera», que curiosamente también era amante del monarca absolutista Fernando VII.

Ya en los años cincuenta del siglo XX, el magnífico poeta Rafael de León escribió muy acertadamente aquellas Coplas de Luis Candelas que grabaron varias tonadilleras como Concha Piquer y que reflejaban el atractivo y el carisma del joven bandolero:

«(...)Debajo de la capa de Luis Candelas

mi corazón amante vuela que vuela.

Madrid te está buscando para prenderte

y yo te busco sólo para quererte.

Que la calle en que vivo está desierta

y de noche y de día mi puerta abierta.

Que estoy en vela, que estoy en vela

para ver si me roba ¡ay! Luis Candelas».

Últimos robos y detención

Su ambición desmedida por el dinero y su absurda arrogancia creyendo que nunca lo capturarían de nuevo, lo llevó a la muerte pues de no haber cometido sus tres últimos robos, probablemente hubiera conseguido huir como tenía previsto. Sus golpes finales tuvieron lugar junto a su cuadrilla en la casa del presbítero Juan Bautista Tárraga en la calle de Preciados, en la del espartero Cipriano Bustos en la calle de Segovia y, donde nunca debió haber ido, a la de Vicenta Mormín, la modista personal de la Reina, en la calle del Carmen donde sustrajo todo el dinero y las joyas que tenía, además de las ropas, encajes y labores destinadas al vestuario de la Corte.

Después de aquello, Candelas y sus tres cómplices se dispersaron. Él salía con una joven llamada Clara con quien tenía pensado trasladarse a Inglaterra y comenzar una nueva vida aunque según declaró ella más tarde, desconocía sus intenciones y su amplio historial delictivo. El caso es que juntos iniciaron viaje hacia Gijón con identidades falsas para embarcar desde allí. Al parecer Candelas le confesó sus planes a Clara y ella, presa del pánico, se negó a marcharse. La complicada situación lo obligó a cambiar de planes y para tratar de calmarla, se comprometió a acompañarla hasta las afueras de Madrid para él partir después solo hacia Portugal y, desde allí, viajar a algún país de Sudamérica. 

Para evitar su detención, Candelas alquiló un coche de caballos y decidió que viajarían de noche y sin entrar en ciudades, algo que extrañó enormemente al cochero. En una de las paradas, éste se enteró de que había un delincuente en búsqueda y captura llamado Luis Candelas y cuando el bandido lo vio hablar con unos guardias, pensó que lo estaba delatando y huyó al galope, poniendo en alerta a la policía. Unos días después, cuando ya no sabía dónde esconderse, llegó a la localidad vallisoletana de Alcazarén alojándose en la posada del Caño. A la mañana siguiente, una patrulla que lo estaba buscando, lo detuvo en el puesto de aduanas de Puente Mediana, a las afueras del pueblo. De allí lo llevaron al cuartel del municipio de Valdestillas para interrogarlo aunque negó ser quien decían, asegurando ser un hombre llamado León Cañidas

Pronto pudieron comprobar que las joyas que le encontraron en el registro pertenecían a las robadas en la casa de la citada modista pero él seguía negándolo todo. Después lo trasladaron a Olmedo y finalmente a los juzgados de Valladolid donde varias personas lo identificaron. Ante tal evidencia se decretó su inmediato ingreso en prisión.

Condena a muerte y carta a la Reina 

Acusado de más de cuarenta robos confirmados, fue encarcelado en la Cárcel de Corte (actualmente una de las sedes del Ministerio de Asuntos Exteriores). Su situación no tenía remedio y la condena a muerte era inminente. El Eco del Comercio publicaba en su edición del 5 de noviembre:

«El reo Luis Candelas ha sido sentenciado a muerte por el juez inferior y confirmado por la audiencia territorial, fue puesto en capilla a las once del día de ayer: oyó su sentencia con serenidad y entró con tal valor en la capilla que a no ser públicos sus robos, parecería el valor de la inocencia. Desde la capilla ha hecho a S.M. la siguiente exposición, que insertamos porque así se nos ruega a nombre de este desgraciado».

Cuando Candelas recibió los detalles de su condena en la citada prisión, escribió desde su celda una carta fechada el 4 de noviembre a las 12 de la mañana, 48 horas antes de su ejecución, y dirigida a la Reina Regente María Cristina de Borbón, cuarta esposa de Fernando VII, rogándole inútilmente su indulto. Extraemos un fragmento de dicho documento: 

«(…) El que expone, señora, es acaso el primero en su clase que no acude a V.M. con sus manos ensangrentadas ; su fatalidad le condujo a robar pero no ha muerto, herido ni maltratado a nadie; el hijo no ha quedado huérfano ni viuda la esposa por su culpa. ¿Y es posible, señora, que haya de sufrir la misma pena que los que perpetran estos crímenes? (…) A V.M. , señora, con el ansia del que sabe a la hora que ha de morir, ruega encarecidamente, le indulte de la última pena, para pedir a Dios vea V.M. tranquilamente asentada a su augusta hija sobre el trono de sus mayores».

Admirable entereza y elegante despedida

De nada sirvieron sus súplicas finales a la reina ni sus contactos de alto nivel como su relación con el influyente político liberal Salustiano Olózaga, con quien coincidió en una de sus estancias en prisión y quien lo introdujo en la logia masónica Libertad. La condena era firme y así se llevaría a cabo como anunciaba El Diario de Avisos de Madrid para la mañana del día 6 de noviembre:

«(…) Debiendo sufrir en este día a las once de su mañana  y en el sitio de costumbre, la pena de muerte en garrote vil a que ha sido sentenciado por los señores de la audiencia territorial de esta capital, Luis Candelas, natural de Madrid, casado, carpintero, de 29 años por complicidad en varios robos ejecutados en esta corte...»

Candelas había logrado fugarse de la justicia en varias ocasiones desde cárceles como la del Saladero incluso de una cuerda de presos que lo llevaba con destino a África pero sabía que en aquel momento había llegado su inevitable final. Entre importantes medidas de seguridad, las fuerzas del orden trasladaron al bandolero hasta el patíbulo instalado en las inmediaciones de la Puerta de Toledo (aproximadamente donde hoy se encuentra el ambulatorio de la Seguridad Social) donde se celebró el macabro espectáculo presenciado por miles de curiosos que se dieron cita para ver con sus propios ojos cómo aquel desdichado dejaba de existir. El extinto periódico El Español entre otros rotativos de la época, se hacía eco de la noticia:

«Hoy ha sufrido la pena de muerte en garrote vil, Luis Candelas por complicidad en varios robos. Extraordinario ha sido el valor que manifestó al salir de la cárcel de Corte durante la carrera y en el mismo momento que subió al patíbulo. Después que se le puso la argolla, suplicó al verdugo que suspendiese por un momento la ejecución porque tenía que hablar, y dirigiéndose al inmenso pueblo que estaba observando sus movimientos, dijo con voz firme:

«He sido pecador como hombre pero nunca se mancharon mis manos con la sangre de mis semejantes; digo esto porque me oye el que va a recibirme en sus brazos. ¡Adiós, patria mía, sé feliz!». 

Y un momento después, ya no existía». 

Algunos historiadores han querido interpretar sus últimas palabras como un mensaje encriptado dirigido a la masonería pero probablemente su verdadero significado nunca lo sabremos. Luis Candelas fue sepultado en el desaparecido Cementerio General del Sur donde se enterraban los reos ajusticiados como él. Su breve pero intensa existencia se convirtió en leyenda hasta el día de hoy, en que su nombre sigue despertando admiración y simpatía a partes iguales.

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