Emociones desbordadas ante la despedida de Serrat

Tras 57 años en los escenarios, el cantautor catalán ofreció su último concierto en Madrid



Carlos Arévalo

Toda una vida con Serrat. Casi seis décadas vibrando con sus impecables canciones rebosantes de poesía certera y necesaria, de luz orientadora. Y es que él fue el faro que alumbró a varias generaciones con sus himnos a favor de la convivencia pacífica y con su voz al servicio de los más desfavorecidos. Aquel «noi del Poble Sec» que empezó a cantar en 1965 sus cautivadoras letras únicamente con una guitarra de la que hacía brotar deliciosas melodías, nos ha acompañado en nuestro caminar hasta hoy, que se dice pronto. Y como última lección de valentía y dignidad, rozando los 79 inviernos (los cumplirá en unos días) y en perfecta lucidez, ha decidido echar el cierre definitivo a su ciclo artístico en este frío diciembre, que también toca a su fin.

La lluvia torrencial sobre Madrid no impidió anoche el lleno absoluto por tercer día en el Palacio de los Deportes (para evitar su insípido nombre comercial). Ha sido la última de sus citas en la capital a la que seguirán otras tres fechas inminentes en su Barcelona natal. Tras ellas, nuestro tan querido «Nano», pondrá el punto final a este periplo único en la historia de la música española. Ataviado con pantalón vaquero, camisa negra y una americana verde estampada con motivos florales, hizo su entrada en escena el protagonista de la velada. «Hoy he venido a despedirme con alegría y como un caballero. Me siento como Josep Tarradellas cuando dijo: ¡Ja sóc aquí! (¡Ya estoy aquí!) sólo que él lo decía feliz porque llegaba y yo lo digo triste porque me voy», así arrancó Serrat su presentación ante el público madrileño que lo recibió en pie y lo arropó fervorosamente con sus cálidos aplausos durante las casi dos horas y media que duró el concierto. «¡A partir de ahora, todo es futuro, y es para nosotros!», dijo, y comenzó entonando ¡Dale que dale! acompañado por una magnífica banda de siete músicos entre los que se encontraban su inseparable pianista Ricard Miralles o Josep Mas «Kitflus».

El repertorio elegido para tan especial ocasión constó de 22 temas donde no faltaron sus éxitos inmortales como Lucía, Aquellas pequeñas cosas, Para la libertad, Tu nombre me sabe a yerba, Cantares o su tan aireada Mediterráneo, obras maestras en cuyas letras, con firme precisión, extrajo del tuétano popular las enseñanzas más edificantes como nadie supo hacerlo. Además, Serrat que se esforzó al máximo en proyectar su mejor voz, quiso incluir en este memorable e histórico concierto otras de sus más arrebatadoras piezas como la visionaria Pare, un estremecedor alegato en catalán contra la contaminación y el cambio climático, las desgarradoras Nanas de la cebolla de Miguel Hernández con música del añorado Alberto Cortez, Canço de bressol inspirada en la canción de cuna que le cantaba su madre, Es caprichoso el azar en un bellísimo dueto junto a Úrsula Amargós o, entre otras joyas de su extensa discografía, Fiesta, elegida como broche final para una ocasión inolvidable.

Aprovechando este último encuentro con el público madrileño, Serrat confesó algunas intimidades artísticas muy desconocidas hasta ahora como que «el tablao del Lacio» de su Romance de Curro el Palmo, que también cantó, nunca existió, que en su canción La mujer que yo quiero, ésta jamás se bañó en agua bendita sino «más bien en gin-tonic como la reina de Inglaterra», dijo haciendo gala de su fina ironía ante las carcajadas del auditorio o que El carrusel del Furo, que interpretó en tercer lugar, está dedicada a su abuelo Manuel al que apodaban así aunque nunca fuera feriante. Como es habitual en sus recitales también se sentó en alguna ocasión en su ya legendaria banqueta y se acompañó de la guitarra como hacía en sus comienzos para interpretar varias canciones como Hoy puede ser un gran día.

Aunque en un principio se mostró partidario de aparcar la nostalgia, la inmensa carga emocional que se respiraba no lo hizo posible y las lágrimas brotaron espontáneas e inevitables entre un público de edades variadas aunque mayoritariamente maduro. Visiblemente emocionado pero pletórico y sonriente, quiso dedicar tan preciada actuación a la memoria de amigos, compañeros e ilustres desconocidos que le fueron enseñando el camino así como a los que ya no están. «Sin ellos, dijo, me siento más pobre e indefenso. Solo su recuerdo me mantiene un poco en equilibrio». El creador barcelonés también aprovechó un momento de la velada para hacer una sincera mención a los autores y arreglistas que fueron tan decisivos en su carrera como Juan Carlos Calderón, Francesc Burrull o Josep María Bardagí.

En la que calificó como «una noche irrepetible por tantas razones», se despidió cariñosamente del abarrotado pabellón, enormemente agradecido por tantos años de fidelidad y asegurando ser muy feliz «por haberme podido dedicar a un oficio que amo». Y tras una sonora ovación de casi cinco minutos con sus miles de admiradores en pie, desapareció definitiva y voluntariamente la figura siempre discreta y exquisita de Joan Manuel Serrat. Como tributo a su impagable legado sólo nos queda seguir brindándole nuestra eterna gratitud.

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