Hoy se cumplen 72 años
del fallecimiento del poeta madrileño
Conferencia sobre Emilio Carrere y su Madrid en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. |
El Madrid de 1900 no se
comprende sin la figura de Emilio
Carrère, excelso poeta, novelista y Cronista Oficial de la Villa aunque por
desgracia condenado al ostracismo desde hace varias décadas. Precisamente para
rescatar su legado lírico y su epatante personalidad, algunos de sus
descendientes -su nieta Paloma y sus bisnietos Lucía y Sergio- han pronunciado
una interesante conferencia en la Real
Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, una ilustre institución
filantrópica fundada en 1.775 por Carlos
III cuyo decimonónico salón rebosaba de un auditorio heterogéneo ilusionado
por conocer a fondo cómo era la capital española mientras transcurría la vida y
obra de Carrère. Esto es una prueba más del interés creciente del público por
el afamado escritor castizo frente al silencio oficial en los libros de texto
de las escuelas.
Precisamente un 30 de abril de 1947, hace justo 72 años, se moría el poeta en su último domicilio, la emblemática Casa de Las Flores sita en el barrio de Argüelles. Tenía solamente 66 años pero estaba ya muy enfermo debido a unos ataques de hemiplejia sufridos en los últimos tiempos. Su despedida fue un emotivo acto multitudinario del «todo Madrid» que lo admiraba profundamente pues sus versos, crónicas y novelas se leían tanto en los salones de la burguesía como en los talleres de las modistillas. Como se decía entonces: «Las porteras, los horteras, los socios del Casino de Madrid y de la Gran Peña» se sabían sus versos de memoria. «Hizo de su capa torre de marfil», había escrito en un poema y, al morir, tal y como era su voluntad, fue envuelto en aquella capa española, compañera inseparable de sus correrías nocturnas.
Precisamente un 30 de abril de 1947, hace justo 72 años, se moría el poeta en su último domicilio, la emblemática Casa de Las Flores sita en el barrio de Argüelles. Tenía solamente 66 años pero estaba ya muy enfermo debido a unos ataques de hemiplejia sufridos en los últimos tiempos. Su despedida fue un emotivo acto multitudinario del «todo Madrid» que lo admiraba profundamente pues sus versos, crónicas y novelas se leían tanto en los salones de la burguesía como en los talleres de las modistillas. Como se decía entonces: «Las porteras, los horteras, los socios del Casino de Madrid y de la Gran Peña» se sabían sus versos de memoria. «Hizo de su capa torre de marfil», había escrito en un poema y, al morir, tal y como era su voluntad, fue envuelto en aquella capa española, compañera inseparable de sus correrías nocturnas.
Multitudinaria despedida a Emilio Carrere en Madrid. |
Emilio Carrère había
nacido en la madrileña plaza de Matute en 1881 y comenzó a publicar en 1902. Desde entonces no abandonaría la
pluma hasta el final de sus días pues aunque aquejado de varios males, durante
sus últimos años no dejó de escribir su artículo diario en la sección «Aquí,
Madrid» publicada en el histórico Diario
Madrid. Su constancia lo convirtió en uno de los escritores más populares y
comerciales de su tiempo, perteneciendo a aquella que se llamó la «Edad de
Plata» de las Letras españolas. Su obra estuvo enmarcada dentro del
decadentismo modernista y su poesía claramente influenciada por autores
malditos como Baudelaire o Verlaine a quien tradujo en numerosas
ocasiones.
Dejó una inabarcable
producción literaria, escribió poesía, novelas, cuentos, artículos, crónicas,
libretos de zarzuela, colecciones de novela breve...aunque también se le acusó
de utilizar la técnica del refrito,
esto era por ejemplo publicar el mismo libro varias veces cambiándole el título
y alguna parte del contenido. Él nunca lo negó e incluso se defendía utilizando
argumentos como: «Esto es aún honesto, si se tiene en cuenta que un autor
acéfalo de cuplés los cobra tantas veces como se cantan. Y nosotros, cuando
publicamos una cosa, nos hemos de atener a una sola y única liquidación.
Deberíamos cobrar derechos de autor siempre que alguien leyese una poesía, una
novelita o un artículo nuestro. Mientras se llega a este perfeccionamiento, yo refritaré todo lo que se me antoje. Es
cuestión de variarle el título a la cosa».
Su novela La torre de los siete jorobados. |
Entre sus aficiones
estaba la del interés por las ciencias ocultas, que influyeron poderosamente en
algunos de sus títulos publicados como en su archiconocida novela «La torre de
los siete jorobados», llevada al cine de forma magistral por Edgar Neville en 1944. Entre los
exitosos títulos de su prosa destacaron también «La copa de Verlaine», «El arte
de fumar en pipa», «Los muertos huelen mal», «La calavera de Atahualpa»,
etcétera. Otro de los hobbies de
Carrère fue el del billar, del que llegó a ser un gran jugador ganando varios
campeonatos como el que organizaba el Círculo de Bellas Artes.
Su biografía fue como
un gran folletín de la época como acertadamente definen sus herederos. Aquel
Madrid de principio del siglo XX, provinciano y entrañable, olía a lilas de la
Casa de Campo, a ropa recién lavada y a chocolate con picatostes, y contaba con
un censo de 400.000 habitantes y 90 cafés. Fueron éstos los habituales despachos
del genial cronista que los recorría a diario para encontrar la inspiración en
los tipos y personajes auténticos que luego llevaría tanto a sus poesía como a
su prosa. A los buscavidas que se encontraba en los cafés los bautizó como «La
Cofradía de la Pirueta» pues aunque muchos de ellos perseguían el glorioso sueño
de la literatura, la cruda realidad los empujaba a bucear en la picaresca para
salir adelante.
Carrere y su típico atuendo bohemio. |
Como, en efecto, era
prácticamente imposible vivir de las Letras, Carrère sacó una plaza en el
Tribunal de Cuentas «ayudado» por su padre, que había sido presidente de dicha
entidad. Aquel empleo le permitía ganar un sueldo digno de día y jugar a la
bohemia de noche. Aunque fue Carrère el referente de la bohemia madrileña por
antonomasia, en realidad se trataba de una máscara, de una bohemia impostada
para la que creó un personaje que se paseaba por las calles y cafés de la
ciudad luciendo pipa, chalina y chambergo y embozado en una negra capa
española. Además de declararse abstemio, -decía que «el alcohol nubla la mente
del hombre»- primer alejamiento de la verdadera bohemia, llegó a escribir
opiniones como ésta: «Eso de la bohemia ha
llegado a fastidiarme por la falta de comprensión de la gente. Mi bohemia
nunca ha sido la del andrajo y de la pipa...Es una indisciplina espiritual,
falta de adaptación a los ambientes vulgares y antiartísticos...Yo he
satirizado ferozmente a los grotescos polichinelas de la bohemia. Si yo fuese
millonario, sería un bohemio...-a mi manera, que no es lo que entiende la
gente.- Yo creo que la bohemia es, para los artistas jóvenes, una especie de
puente, desde el anónimo y la pobreza, hasta el triunfo o el hospital». Nocterniego
empedernido, su rutina era la de llegar en torno a las once de la noche al
extinto Café de La Luna sito
entonces en la calle del mismo nombre esquina a la de Tudescos; allí encendía su pipa y pedía el
célebre «café con leche y media tostada» -siendo ésta la parte superior del
panecillo por ser la más gruesa-.
Carrere al final de su vida, enfermo. |
En 1936, la guerra
civil interrumpió sus expectativas literarias al igual que la de sus compañeros
y tuvo que esconderse primero en un cementerio y, más tarde, en un sanatorio
psiquiátrico, concretamente en el del Doctor
León, que todavía sobrevive en la plaza de Mariano de Cavia. Duras vicisitudes que indudablemente contribuyeron
a engrandecer su leyenda, una auténtica vida de novela. Debería ser asignatura
obligada la de estudiar a los ciudadanos ilustres como Carrère. Hoy, solamente lo
recuerda un certamen literario impulsado por su familia, una calle que lleva su
nombre perpendicular a Vallehermoso
y una placa municipal instalada en Princesa,
49 en uno de los domicilios que tuvo el maestro de literatos y periodistas. Pero
no es suficiente.
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