Luis Eduardo Aute o el arte de aprender a mirar el mar

Luis Eduardo Aute ha sido uno de los artistas más influyentes de los últimos cincuenta años en España.


















Carlos Arévalo
Al terminar uno de sus últimos recitales, entré en el camerino de Luis Eduardo Aute (Manila, 1943- Madrid, 2020) para saludarlo y felicitarlo. Encantador, sencillo y atento, estuvimos charlando unos minutos. Le mostré un viejo recorte de un periódico de 1959 en el que aparecía retratado siendo apenas un muchacho imberbe, al lado de un cuadro. Junto a la fotografía, unas breves líneas hablaban de aquella exposición de pintura que acababa de inaugurar en una galería madrileña. Lo examinó detenidamente y, agradecido, me confesó que su madre había ido guardando lo que salía publicado de él desde aquellos inicios de su carrera y que conservaba una copia de todo. Recordaba perfectamente la noticia a la que se refería ese trozo de papel, que había acontecido nada menos que 57 años atrás. Esto me confirmó que me encontraba ante un artista que ponía el máximo interés en cada paso que daba en su polifacética trayectoria y que todo estaba relacionado. Pintura, dibujo, poesía, cine, música...Todo.



Conocí la obra de Aute desde mi temprana niñez. Más o menos desde aquel original autógrafo que me firmó en la Feria del Libro de Madrid engarzado a un sencillo dibujo de dos caras enfrentadas, besándose. Siempre me fascinó su figura errante y desgarbada, con aquel look desaliñado y canalla de Quijote renacentista cosido a su melena y a su sempiterno cigarrillo. Sus canciones me acompañan allá donde voy. Sobre todo «La belleza», ese canto libre que rezuma lirismo, poesía y magia, mucha magia. «Mercaderes, traficantes, más que náusea dan tristeza. No rozaron ni un instante...la belleza». Joan Manuel Serrat llegó a decir de él que solamente haber escrito «De alguna manera» lo convertía en uno de los grandes. Sin importarle en absoluto lo comercial sino lo emocional, el ingente legado que nos brinda incluye además de sus cuadros, libros y películas, joyas sonoras como «Queda la música», «Pasaba por aquí», «Anda», «Una de dos», «Aleluya n. 1», «Imán de mujer», «Me va la vida en ello», «Rosas en el mar», «Prefiero amar», «No te desnudes todavía», «Sin tu latido» o su himno inmortal «Al alba». Sus declaraciones de amor en forma de disco han sido un referente durante los últimos cincuenta años no solamente en España sino en innumerables países de habla hispana.

Y es que Luis Eduardo era la sensibilidad personificada. Autodidacta e inconformista, supo escarbar en las pasiones humanas como nadie hallando en el erotismo una forma de componer, de cantar y de contar. Bebió de las fuentes más inspiradoras desde Jacques Brel a John Lennon, desde Peter Gabriel a Leonard Cohen o desde Atahualpa Yupanqui a Silvio Rodríguez. Da la sensación de que escuchar sus profundos pensamientos convertidos en suaves melodías reconforta el espíritu y le hace a uno ser mejor persona.

Al poco tiempo del fatídico episodio que lo terminó retirando de la vida pública -yo diría que de la vida en general-, nuestra común amiga María Dolores Pradera con la que compartía representante desde hace muchos años, me llamó para decirme que el cantautor se encontraba en Cuba sometido a un proceso de rehabilitación y que, al parecer, estaba un poco mejor porque le habían dicho que ya piropeaba a las enfermeras. Pero tras recibir el alta, aquella supuesta evolución nunca se plasmó en una nueva aparición. Perfectamente atendido en su chalet madrileño de la exclusiva colonia de la Fuente del Berro, desde el verano de 2016, Aute ya no estaba entre nosotros.

Después se sucedieron los merecidos homenajes de tantos artistas y amigos a los que influyó aunque él no pudiera asistir a ninguno. El último tributo fue «Aute Retrato» un precioso documental sobre su caleidoscópica concepción del arte. El mundo ya es más inhóspito sin su creatividad y sin su compañía. Aute nos deja huérfanos de verdad, de amor y de belleza. Agarrados al salvavidas de sus versos nos quedamos flotando en este mar hostil de incertidumbres y de amenazas. «A día de hoy podría decir que el azar fue demiurgo de mis sueños, a día de hoy podría decir que acabé de morirme en cada empeño, a día de hoy sólo puedo decir que fue un mito intentar vivir sin dueño. A día de hoy sólo quiero decir que no sé de dónde vengo ni a dónde voy». Inmejorable, maestro.


Artículo Anterior Artículo Siguiente