Olga María Ramos resucita un Madrid desaparecido y necesario

Olga María Ramos saluda al público madrileño tras el recital que ofreció anoche en Las Vistillas por San Isidro.



Texto y fotos: Carlos Arévalo

Las madrileñas fiestas patronales de San Isidro han sido la ocasión propicia para reivindicar la figura de doña Olga Ramos, reina indiscutible del cuplé, cuyo centenario de nacimiento se cumple en este 2018. La encargada de tal homenaje ha sido su hija Olga María Ramos (Madrid, 1947), dignísima heredera de la voz de seda y la soltura poética de su progenitora de la que también se celebra medio siglo de su otoñal debut en Las noches del cuplé. Aquel fue el refugio de la guerrera y su sagrado templo, sito en el 51 de la tan castiza calle de La Palma, que albergó hasta 1999 memorables veladas de picardía y esparcimiento. Sobre el mismo escenario de Las Vistillas que su madre pisó tantas veces, Olga María dedicó su actuación de ayer también a su padre, el compositor don Enrique Ramírez de Gamboa alias «El Cipri», fallecido hace justo ahora tres décadas.

El recital comenzó en una noche despejada y sorprendentemente calurosa. El aire fatigado de Madrid apenas tuvo fuelle para despeinar los claveles y parpusas de las incontables chulapas y chulapos que se congregaron en la explanada más pintoresca de la ciudad. El ambiente pre-veraniego fue idóneo para tal acontecimiento. Al sonar los primeros acordes del Ven y ven se encendió la mecha del exquisito repertorio de la Ramos que rindió un sentido tributo a sus raíces sugiriendo a las autoridades municipales que nombren Hija Predilecta de Madrid a su madre que, aunque nacida en Badajoz donde se le ha reconocido institucionalmente, la glorieta que le dedicó la capital española se queda pequeña para tan grande embajadora del madrileñismo. 

Olga hija inventa y compone algunos versos que incluye en directo en sus interpretaciones mientras su pianista Pablo Jiménez los traduce en música. Juntos forman un tándem idóneo, él la arropa con su virtuosismo y ella viste con suma elegancia, indudable vis cómica y pulcra afinación las notas que salen de su voz, genuino legado de la mamá. El público más veterano permanece sentado en sillas de plástico y, detrás, rellena el resto del recinto al aire libre la curiosa y multicultural audiencia que, o bien recuerda su juventud o bien descubre un catálogo de letras simpáticas, en ocasiones demodé pero siempre acertadas.

Olga María defiende el cuplé con uñas y dientes luchando incansable por su perpetuación. Comenta entre versos, da pautas al público, le hace cantar y explica las canciones narrando así la historia de su propia familia. Sabe bien que el cuplé es la crónica de una época y de sus personajes, de aquel Madrid de principios del siglo XX que ella no vivió pero que aprendió de sus mayores como si de los más entretenidos sainetes de Arniches se tratara. Domina el fraseo, vocaliza a su antojo y alcanza los agudos con total precisión sin dejar de transitar a ciegas por el callejero del Madrid más decimonónico.
La querida artista Olga María Ramos durante su actuación de ayer, que dedicó a sus padres, Olga Ramos y «El Cipri».


Ataviada con los deliciosos mantones de Manila que antaño lució su madre, Olga ofrece un espectáculo histórico-musical de primera categoría. Habla del origen francés del cuplé, llamado allá couplet, y no hiere ningún espíritu sensible como advierte guasona al entonar El pulverizador. Mientras la noche vierte, ajena, sus azules más oscuros sobre el suelo polvoriento y festivo, la artista reivindica lo verdaderamente castizo con Si te casas en Madrid, una de las canciones más aplaudidas por los incondicionales que dice aquello de «Si en Valencia tienen fallas y el encierro en San Fermín que nos dejen por lo menos las verbenas en Madrid...». 

Canta también Olga María con su madre en un dueto póstumo el tema Evocación que ésta grabó casi al final de su vida con 86 años aunque sin arrugas en la voz y que ahora su hija acaba de registrar en su último trabajo discográfico de igual título. No falta en su repertorio la dramática pero hermosa Rosa de Madrid basada en la novela de Fernández Ardavín o La Violetera, con la que desciende majestuosamente del escenario para repartir dichas flores entre algunos fans. Esta composición del maestro Padilla, autor también de El Relicario, continúa causando verdadero furor entre el público. Las piezas cómicas de divas olvidadas como La Fornarina llegan con cuplés como el de El peluquero de señoras: «Estoy en peligro de extinción como la revista», espeta con su gracejo natural la cantante madrileña recibiendo sonoras ovaciones. 

Y ante la atenta mirada de todos los presentes y de la catedral de la Almudena, la velada concluye con otro clásico imprescindible, el Madrid de Agustín Lara, chotis al que acompaña una experimentada pareja que baila sobre la tarima. Olga María Ramos arma así una vez más la tremolina bajo la noche más gata del año y ante la insistencia del respetable regala la última inyección de nostalgia con La chica del 17 y recuerda: «Aquí no hay vejetes sino juventud antigua, acumulada». Todos aplauden, abuelos convenientemente arreglados para la ocasión y posibles nietos que aprenden la tradición cantada y contada por esta trovadora de nuestra memoria: «Cuando os sintáis perdidos en un Madrid desconocido buscad a las Olgas que somos la banda sonora de esta ciudad».
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