Crónicas de una España bien educada


En cuanto está a punto de llegar el verano, es curioso, siempre me acuerdo de aquella serie de televisión titulada Crónicas de un pueblo. Este año se cumplen cincuenta y cuatro años de su estreno convirtiéndose enseguida en una de las producciones televisivas más recordadas de su época. Desde 1971 hasta 1974, cada domingo por la noche, España entera estaba frente al televisor. Con su pegadiza sintonía, adaptación instrumental del clásico de Cliff Richard, I could easily fall (in love with you), se emitieron más de un centenar de capítulos en Televisión Española, la única que existía entonces y por tanto con audiencias de más de treinta millones de espectadores. 

Fue, como ya se ha escrito tantas veces, un encargo del vicepresidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco. De corte costumbrista y con el llamado Fuero de los españoles en la mano -una de las ocho Leyes Fundamentales aplicadas durante el franquismo en la que se establecían derechos, deberes y libertades del pueblo español-, en cada episodio se reflejaban distintas situaciones del acontecer diario. Pero independientemente de su procedencia política, Crónicas de un pueblo fue una serie necesaria que emocionaba, enternecía e instruía a los espectadores españoles. 

Gracias a ella aprendimos la importancia de conservar valores tan firmes como la educación, el respeto, la solidaridad o el compañerismo, valores, ¡ay! que hoy desgraciadamente parecen estilarse muy poquito. La dirigieron varios excelentes profesionales aunque fue Antonio Mercero su realizador más célebre que después encumbraría otras ficciones como La Cabina, Verano azul o Farmacia de guardia y contaba con un reparto sencillamente excepcional.

Don Pedro, el alcalde interpretado por Fernando Cebrián, don Antonio, el humanísimo maestro al que daba vida Emilio Rodríguez, Tomás, el cabo de la Guardia Civil, papel que desempeñó Juan Amigo, el cura que bordaba Francisco Vidal o el médico, interpretado por varios actores como Vicente Roca, Paco Marsó o Arturo López, eran las fuerzas vivas del pueblo ficticio de Puebla Nueva del Rey Sancho aunque en realidad se trataba de la localidad madrileña de Santorcaz y donde, por supuesto, todos se trataban de usted. 

Otros de los entrañables personajes eran Dionisio, el conductor del autobús al que encarnaba Rafael Hernández, María, su esposa, que era la actriz María Elena Flores, Marta, la boticaria que era María Nevado, Camilo, pastor y barrendero que hacía Xan das Bolas, Goyo, el alguacil representado por Antonio P. Costafreda, el tabernero que fue Jacinto Martín, primero y Tito García, después y especialmente el que alcanzó una mayor popularidad, Braulio, el cartero, que defendía impecablemente Jesús Guzmán. Fue precisamente éste el último superviviente de los protagonistas de la serie que nos dejó con 97 años y a quien, a pesar de sus innumerables trabajos, lo siguió parando la gente por la calle hasta el final de su vida gracias a aquel inolvidable personaje. 

Pero no vamos a comparar aquellos tiempos con los actuales porque claramente saldríamos perdiendo en muchos aspectos. Es el verano un momento excelente para disfrutar de los capítulos de Crónicas de un pueblo que, gracias al archivo de RTVE, se pueden volver a ver a la carta en la página oficial de dicha televisión. Seguro que aprendemos algo.

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