Arturo Fernández ha sido el embajador del buen gusto sobre los escenarios españoles desde los años cincuenta. |
Carlos Arévalo
A pesar de su avanzada
edad todavía no lo puedo creer, ¡ha muerto Arturo
Fernández! El mítico intérprete había cumplido 90 años en febrero aunque en
su DNI figura su nacimiento en noviembre de 1930 por un error familiar. Nacido
en Gijón en 1929, tras una infancia difícil en tierras asturianas, y una
adolescencia practicando con destreza el fútbol y el boxeo con el apodo de «El
tigre del Piles», llegó con 20 años a un Madrid de tranvías y pensiones y, en
esta misma ciudad, se ha ido hoy, siete décadas después, por culpa de una
penosa enfermedad, en la clínica Ruber donde llevaba ingresado unos días.
Más de cincuenta películas
Uno de sus muchos trabajos. |
Comenzó su carrera
profesional haciendo de extra con frase en la película La señora de Fátima (Rafael Gil, 1951) hasta trabajar en medio
centenar de largometrajes de distinto corte como Un vaso de whisky (Julio Coll, 1958), Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), La tonta del bote (Juan de Orduña,
1970), Mauricio, mon amour (Juan
Bosch, 1976), Truhanes (Miguel
Hermoso, 1983) o El crack II (José
Luis Garci, 1983) hasta su último trabajo en la gran pantalla en Desde que amanece, apetece (Antonio del
Real, 2006). Aunque debe su popularidad inicial al cine, y más tarde a la
televisión con series como Truhanes -basada
en la película homónima- o La casa de los
líos, el teatro fue su fuerte, su adicción y su hogar, donde sabía que
habitaba la verdad: «Porque cuando sube el telón, no hay marcha atrás», decía
siempre.
Desde sus inicios, el desaparecido actor asturiano supo vender elegancia y romanticismo como nadie. Fotografía: Getty. |
Casi
setenta años sobre los escenarios
Programa de mano. |
Desde la década de los cincuenta, Fernández militó sobre las tablas en compañías de grandes maestros como Conchita Montes o Rafael Rivelles hasta que en 1962 formó la suya estrenando una
adaptación de Dulce pájaro de juventud
de Tennessee Williams. Desde aquel
momento y hasta hace apenas cuatro meses continuó con su empresa teatral, orgulloso
de no haber pedido jamás ninguna subvención, arriesgándose y acertando en
muchas ocasiones con títulos como La
chica del asiento de atrás, Pato a la
naranja, Esmoquin, La montaña rusa o Alta seducción, que hasta febrero ha representado junto a la actriz Carmen del Valle con clamoroso éxito
por toda nuestra geografía. Y es que el gijonés ha batido todos los récords posibles siendo hasta la fecha el actor más longevo en activo que ha pisado las tablas
españolas.
Un instante de Alta seducción, la última comedia que ha protagonizado junto a Carmen del Valle. |
El
Mastroianni español
Tuve la oportunidad de
entrevistar en profundidad a Arturo Fernández al menos en tres ocasiones, siempre en un
camerino o en el patio de butacas del teatro donde estuviera actuando, y vi sus
funciones incontables
veces. No tenía representante y él mismo gestionaba todo lo
relativo a sus espectáculos, desde atender a la prensa hasta controlar
cualquier detalle del montaje escénico. Puntual y en perfecto estado de revista, saludaba
amablemente con un «¡Hola, chatín!», haciendo gala de su coletilla más extendida.
Arturo era un caballero español dentro y fuera de los escenarios, y desde sus primeras
visitas al Café Gijón en los lejanos cincuenta, vistió como un exquisito dandy,
preocupándole hasta la obsesión su aspecto físico. «Puede ser que no tuviéramos
ni para café pero siempre íbamos bien vestidos», me confesó una vez. Era el Mastroianni español, el sempiterno
conquistador cuya fama de seductor no le abandonó nunca aunque su vida
privada fuera muy diferente y familiar. Lejos de los arrebatadores personajes de sus
comedias, en el trato personal era un hombre educado pero serio, disciplinado,
meticuloso y muy trabajador. El intérprete deja un inmenso vacío que no parece tener continuador. Aunque llegó a decir públicamente que quizá José Coronado pudiera seguir su estela, es improbable volver a disfrutar de primeras figuras del estilo de Arturo como fueron en su momento el ya citado Rivelles, Alberto Closas o Carlos Larrañaga.
Un dandy indiscutible. |
Cantante
frustrado y cómico triunfador
Impecable hasta de cura. |
Le gustaba a Arturo
Fernández la música melódica, que encajaba perfectamente con la imagen de
donjuán que vendía. Durante una entrevista en el teatro Marquina le dije que
era como el Julio Iglesias del
teatro y me agradeció enormemente el piropo reconociendo su admiración por el personaje español más universal. Entre sus voces favoritas me señaló a Antonio Machín, Carlos Gardel, Frank Sinatra
o Perry Como y, echando la vista atrás,
me contó que de joven quería haber sido cantante y hasta llegó a hacer, sin
éxito, una prueba en la desaparecida sala de fiestas Pasapoga de la Gran Vía
madrileña. Y es que dedicarse en cuerpo y alma a la alta comedia fue sin duda su
decisión más acertada. Le propuse continuar sus memorias que el maestro de periodistas Tico Medina había comenzado a escribir con él hacía años pero nunca tuvo clara la idea de finalizar aquel proyecto perdiéndose así un libro que habría suscitado un enorme
interés sobre todo entre el público femenino y su legión de seguidores.
Discreta
vida privada
Astutamente alejado de las exclusivas del papel couché, Arturo tuvo tres hijos de su primer
matrimonio con la catalana Isabel Sensat,
de la que se separó a finales de los setenta. Las últimas tres décadas de su
vida las compartió con la abogada Carmen
Quesada que permaneció junto a él hasta el último y más doloroso instante.
La última vez que lo vi fue con motivo del merecidísimo homenaje que le brindó
su profesión en la gala de AISGE celebrada el pasado mes de noviembre en el teatro
Nuevo Apolo de Madrid. Quedamos en hablar en los siguientes meses pero ya no
pudo ser. Hoy, me entristece enormemente escribir estas líneas de despedida a
un hombre que representa con digno ejemplo el trabajo, el tesón y la
constancia. Los que tanto lo criticaron sé que aunque no lo reconozcan se darán cuenta del mérito que
atesoraba y los que lo admiramos, perdemos al último gran señor de la escena.
Un abrazo, chatín, lograste permanecer impecable hasta el final y sin que se te
arrugara el traje.
Arturo Fernández junto a la que ha sido su pareja desde hace tres décadas, Carmen Quesada. Fotografía: Mamen Arraiza. |
Tags
Teatro