Una de las fotografías de la exposición muestra una Escuela Nacional de 1955 como las descritas en el ensayo El florido pensil. |
Dieciocho fotografías en blanco y
negro -numeradas y con revelado analógico-, de la España de los años cincuenta
realizadas por el cineasta Carlos Saura
(Huesca, 1932) forman su nueva exposición que acaba de presentar en la librería
La Fábrica de Madrid ante medio
centenar de admiradores. Coincide esta muestra documental con la publicación
del libro editado para la colección PHotoBolsillo,
un monográfico que contiene setenta imágenes realizadas por el artista aragonés y
seleccionadas por Chema Conesa.
Estampas añejas de gentes
humildes con miradas hambrientas, de cuevas y carros, de alpargatas y polvo.
Así era la España rural de aquella época, trabajadora pero atrasada, honesta pero
pobre. «Quise mostrar la dureza de la
España real y no de la oficial, que era otra»,
asegura el padre de películas como La
caza o Cría cuervos. Las
instantáneas están tomadas con una cámara Leica a partir de 1952 en lugares que
fue recorriendo como Cuenca, Sevilla, Granada, La Alberca o Sanabria «que entonces era como el medievo con
gente que vivía entre animales bajo techos de paja»,
recuerda Saura. La muestra, de estética neorrealista, da fe de la total evolución que ha tenido lugar en España, en sus calles, sus casas o sus modas... «Siempre
hice las fotos que me dio la gana sin dar cuentas a nadie, en total libertad.
Al principio me daba pudor exponerlas porque entendía que sólo me
pertenecían a mí pero después me di cuenta de que había que mostrarlas al
público», confesó el veterano creador.
Carlos Saura durante la presentación de su exposición fotográfica, esta mañana en Madrid. |
En su estudio atesora más de 700
cámaras y es que su pasión por la fotografía le viene de lejos; disparó la
primera cuando contaba tan sólo ocho años de edad: «Fue
a una niña guapísima que me gustaba mucho y se la hice a escondidas desde un
seto. Se la mandé junto a una carta de amor pero nunca me respondió; más tarde
fui fotógrafo oficial de un festival dedicado a la danza en Granada y
Santander. Aquellas experiencias previas me permitieron no tener problemas
después con las cámaras ni con las ópticas cuando hice cine», rememora el artista oscense a sus 86
años y en plena lucidez.
Saura, cineasta, dibujante y fotógrafo. |
Creatividad, censura y amistad con
Buñuel
Asegura Saura que siempre fue la
oveja negra de la familia pero que le dejaban actuar libremente y eso mismo es
lo que ha hecho él con sus hijos. El caso es que comenzó a desarrollar sus
habilidades artísticas como el dibujo siendo muy joven. Aquellas inquietudes
afloraron en él con más fuerza gracias a un entorno favorable, ya que su madre
llegó a ser pianista profesional y su hermano fue el destacado pintor Antonio Saura. Asimismo, reconoce la
influencia del flamenco y de la música clásica en sus trabajos y afirma que
siempre fue moderno y un poco adelantado. Su primer largometraje fue el
documental Cuenca (1958) y a
continuación vendría la película Los
Golfos (1959) que como bien apunta «se
rodó cámara en mano con actores que no eran actores. Fue revolucionaria y muy
libre, una libertad que luego solamente recuperé en los documentales».
Más tarde llegó una de sus obras maestras, La Caza (1965) para después por fin rodar en color. «Con La Caza me pasó algo muy curioso, invité a unos periodistas a la primera proyección y, al terminar el pase, uno de ellos me dijo: ¡Vaya mierda de película que has hecho! Y es que ahora las cosas se ven muy fáciles pero entonces no lo eran», comentó Saura. Gracias a la inteligencia del que fue su productor durante años, el desaparecido Elías Querejeta, sus cintas burlaron la censura. El ejemplo más gráfico fue el de la película Ana y los lobos (1972) que pudo exhibirse sin problemas gracias a que Querejeta se la coló a los censores argumentando que era una historia de samuráis.
Más tarde llegó una de sus obras maestras, La Caza (1965) para después por fin rodar en color. «Con La Caza me pasó algo muy curioso, invité a unos periodistas a la primera proyección y, al terminar el pase, uno de ellos me dijo: ¡Vaya mierda de película que has hecho! Y es que ahora las cosas se ven muy fáciles pero entonces no lo eran», comentó Saura. Gracias a la inteligencia del que fue su productor durante años, el desaparecido Elías Querejeta, sus cintas burlaron la censura. El ejemplo más gráfico fue el de la película Ana y los lobos (1972) que pudo exhibirse sin problemas gracias a que Querejeta se la coló a los censores argumentando que era una historia de samuráis.
Familia de Guadix, 1956. |
También tuvo tiempo para recordar
a su admirado paisano y buen amigo Luis
Buñuel del que se han cumplido en julio, 35 años de su fallecimiento. Lo
conoció en 1960 en Cannes y enseguida trató de convencerle para que regresara a
España y el público lo conociera pero el genio de Calanda temía represalias
políticas. Al fin lograron que volviera. Uno de sus primeros viajes en suelo
patrio fue a Cuenca junto al propio Saura con el que continuaría la amistad
hasta el final.
«He
hecho más de cuarenta películas, he tenido siete hijos y ahora presento esta
exposición, de manera que creo que ya he cumplido»,
concluyó el laureado director de cine que entre otros galardones posee un premio
Goya por ¡Ay, Carmela!
La exposición fotográfica Carlos Saura, Años 50 se puede ver en
Madrid en La Fábrica (C/ Alameda, 9) hasta el 20 de noviembre de 2018. Entrada
libre.
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