La cueva de Salamanca es una obra de Ruiz de Alarcón, adaptada y llevada al teatro al cumplirse 800 años de dicha Universidad. |
Carlos Arévalo
Sobre las tablas del teatro de La Comedia se representa estos días una sublime adaptación de La cueva de Salamanca dirigida por Emilio Gutiérrez Caba precisamente al cumplirse los ocho siglos de la fundación de la Universidad de Salamanca. No hay que confundir este texto de Juan Ruiz de Alarcón con el entremés homónimo escrito por Miguel de Cervantes, de quien fue coetáneo y a quien conoció y tuvo como uno de sus referentes literarios.
Esta pieza del siglo XVII fue considerada por Willard F. King como «entretenimiento puro, casi farsa que en vez de complicaciones de trama o de caracterización, lo que ofrece es diversión y trucos de magia». El ilustre pensador Alfonso Reyes escribió de dicho autor que era «el más moderno entre los dramáticos del Siglo de Oro». Y es que Ruiz de Alarcón reflejaba una realidad teatral distinta a la creada por Lope de Vega y sus seguidores. Cuenta la leyenda que en aquella cueva el mismísimo Diablo practicaba artes y ciencias ocultas, y si viajamos hasta 1628 cuando fue escrita la obra y analizamos la moral reinante entonces, el atrevimiento y mérito del dramaturgo cobra todavía más sentido.
Esta pieza del siglo XVII fue considerada por Willard F. King como «entretenimiento puro, casi farsa que en vez de complicaciones de trama o de caracterización, lo que ofrece es diversión y trucos de magia». El ilustre pensador Alfonso Reyes escribió de dicho autor que era «el más moderno entre los dramáticos del Siglo de Oro». Y es que Ruiz de Alarcón reflejaba una realidad teatral distinta a la creada por Lope de Vega y sus seguidores. Cuenta la leyenda que en aquella cueva el mismísimo Diablo practicaba artes y ciencias ocultas, y si viajamos hasta 1628 cuando fue escrita la obra y analizamos la moral reinante entonces, el atrevimiento y mérito del dramaturgo cobra todavía más sentido.
El montaje de La cueva de Salamanca es a la vez divertido, crítico y didáctico. En esta comedia de magia se entremezcla la prosa y el verso con una historia del teatro actual, poniendo de manifiesto las dificultades existentes para la realización de este oficio clásico tan complicado como necesario, los ensayos, los tan mal remunerados bolos y, en definitiva, las incontables vicisitudes a las que hace frente una compañía de actores que persigue el sueño de representar una obra aunque sea en la calle. Entre estos vaivenes espacio-temporales, el espectador disfruta de una historia de amor enmarcada en un contexto de hechizos y brujería, de acentos jocosos y de un libreto sumamente arduo de memorizar que permite a los actores lucirse y terminar exhaustos.
La elección del elenco artístico es otro de los aciertos de esta puesta en escena pues los seis intérpretes brillan en la piel de los variados personajes que representan. Un diez para Eva Marciel, María Besant, Daniel Ortiz, Juan Carlos Castillejo, José Manuel Seda y Chema Pizarro, con un especial aplauso para éste último que roza la gloria dramática en su ejercicio de posesión diabólica. Un ejemplo de cómo con el conocimiento y la sabiduría de equipos como el que lidera Gutiérrez Caba, se puede llevar al teatro un texto clásico atrayendo a varias generaciones y logrando captar la atención del público en todo momento.
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Teatro