¡Gracias, Cesáreo!

Cesáreo Estébanez fue uno de los actores españoles más entrañables.



Carlos Arévalo

Estaba apostado en la barra del sótano del pub Torero en la madrileña calle de la Cruz -donde viví y bebí tantas noches inolvidables- cuando lo vi nada más bajar la angosta escalera. Entonces yo paraba casi a diario en aquel garito que era para mí el sancta sanctorum de la que podríamos llamar bohemia postmoderna en términos cursis.

-Buenas noches, ¿es usted Cesáreo Estébanez*? Le pregunté.

-¡Niño, no me llames de usted! Que te acuerdes de mi nombre ya es raro pero que encima sepas el apellido, tiene cojones, me espetó.

Tomamos una copa y, livianamente, hablamos un rato. Atesoraba incontables horas de oficio e impagables vivencias sobre las tablas que, al fin y al cabo, es lo que verdaderamente cuenta en esta bendita profesión aunque en aquel  momento, para mí, como para tantos millones de españoles era, sobre todo, el simpático agente Romerales de Farmacia de Guardia que en los años noventa fue imprescindible en mi niñez y me hizo feliz durante tantos jueves.

Lo volví a ver poco tiempo después aunque fugazmente y a escasos metros de allí, en el teatro Arenal donde dirigía la divertidísima comedia Por los pelos, a mi juicio, con un magnífico elenco que protagonizaba David Muro, estupendo actor y persona e hijo de otro gran intérprete al que siempre admiré, Venancio Muro.

Pasaron unos años y afortunadamente volvió Cesáreo a mi vida cuando entré de lleno en la biografía del gran José Bódalo del que tuve el honor de escribir su trayectoria al hilo de sus cien años de nacimiento. Indagando, investigando y buscando pistas volví a toparme con su nombre, con su oficio y con su buen hacer ya que ambos trabajaron juntos en teatros como el María Guerrero.

Estébanez como Romerales.
Además de tablas compartieron confidencias, copas y partidas de mus en aquella extinta taberna llamada El Taco que estuvo frente al mítico coliseo madrileño o en los autobuses que transportaban a las compañías del Teatro Nacional por toda nuestra geografía con destino a los llamados Festivales de España. Dada la jerarquía reinante, al principio se sentaban los primeros actores y, al final, los técnicos. De este modo, Bódalo, al que le correspondía encabezar la compañía, enseguida se marchaba atrás donde junto a Cesáreo y a otros compañeros echaban unas memorables partidas de naipes con todos aquellos que sabían disfrutar del juego y de la vida independientemente de que fueran estrellas de la escena o no.

En 2017 presenté mi trabajo en Sevilla tanto en la sede de AISGE como en la Feria del Libro y de los más de sesenta testimonios que habían participado hablando de Bódalo, quise que me acompañaran los que vivían allí. Así que llamé a Miguel Caiceo y a Cesáreo Estébanez que muy generosamente participaron en aquel homenaje a su admirado compañero.

Gracias a eso tuve el honor de conocer al que luego sería mi buen amigo Marcelo Casas, un brillante actor que con su fabulosa compañía artística llena cada noche con profundo tesón, empeño e ilusión el madrileño teatro Muñoz Seca de la plaza del Carmen. Por alguna cuestión de agenda, Cesáreo vino sin su inseparable Paloma Voselle y a él, desafortunadamente, no lo vi más.

La víspera de Nochevieja de hace ahora exactamente dos años, los periódicos me comunicaban la tristísima noticia cuando estaba en Logroño dispuesto a disfrutar de un fin de año que se me indigestó y no sólo a mí sino a tantos incondicionales de aquel genial cómico que fue Cesáreo Estébanez.

Desde entonces y por iniciativa de sus más allegados, para mantener viva su memoria se formó el grupo Estébanez & Talía cuya misión es –y así debería seguir siendo- la de reunir amigos y admiradores en torno al calor de los almuerzos y los brindis en los que principalmente se habla del teatro y de la vida.

Y como nunca pude recordarte aquella no tan lejana noche madrileña, te diré, querido amigo, que no sólo sigo acordándome de tu nombre sino también de tu apellido y eternamente de tu arte. ¡Tiene cojones, niño!


(*) Cesáreo Estébanez nació en Palazuelo de Vedija (Valladolid) en 1941 y falleció en Alcalá de Guadaira (Sevilla) en 2018.

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