Uno de los impresionantes números del espectáculo Circlassica basado en aptitudes como el equilibrio y la fuerza. |
Escribió Jean-Jacques Rousseau que «lo
que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre» y el
circo es una de esas experiencias que a la mayoría nos marcan positivamente
durante toda la vida. Ahora acaba de instalarse por dos meses en la Feria de
Madrid el impresionante espectáculo Circlassica,
dirigido por Emilio Aragón y
producido por Productores de Sonrisas
(artífices impecables de otros grandes shows
de éxito como El Circo de los Horrores
o El Circo de Hielo). Han pasado 250
años desde el nacimiento del llamado circo moderno, cuando Philip Astley montó su pionera carpa en Londres, allá por 1768. Tal
efeméride no podía pasar desapercibida y el homenaje ha podido ver la luz
gracias a la asociación de estos sabios del mundo circense. Rinde además con
ello Aragón, un sentido recuerdo a la saga artística a la que pertenece, iniciada
con sus bisabuelos Gabriel Aragón
apodado «El
Gran Pepino»
y Virginia Foureaux, que se enamoraron en Granada cuando ella trabajaba allí
como ecuyere o acróbata ecuestre y él
era un joven seminarista cuyo amor por aquella sueca apagó su vocación
sacerdotal.
Y como el buen
circo es atemporal y mágico, Circlassica
ha logrado esa elegante hipnosis, necesaria para regresar a los dulces días de
niñez, al olor a regaliz y a polvos de talco. Desde el evocador sonido de una
de aquellas viejas y bellas cajas de música hasta una potente banda en directo
con melodías que recuerdan a las mejores películas de fantasía, todo se torna
sublime como si de una fórmula perfecta, que combina felicidad y ensoñación, se
tratara. La idílica historia entre el payaso Nim y la bailarina Margot
son el hilo conductor de este fabuloso entretenimiento compuesto por una
treintena de artistas que ponen el corazón del público en un puño desde el
primer instante. Acróbatas, trapecistas, malabaristas, forzudos, equilibristas,
animadoras…bajo la gran carpa de Circlassica
sólo hay cabida para números selectos y distinguidos, sin lugar para lo
grotesco o denigrante: ningún animal, ningún resquicio de violencia ni de
serrín sobre la pista, sólo la fuerza humana. Como la más deliciosa receta
ancestral, el arte circense ha evolucionado y solamente han perdurado los
ingredientes imprescindibles que además son los más sabrosos y saludables. Tampoco
hay palabras en toda la función pues el delicado encanto de la mímica predomina
en comunión con la proyección de algunos vídeos explicativos con voz en off del mismísimo Emilio Aragón.
Emilio Aragón, director artístico de Circlassica, tras el estreno junto a Productores de Sonrisas, responsables del proyecto. |
La ternura y los
mundos oníricos pero también el sacrificio, la perseverancia y la disciplina
están presentes en este imborrable pasatiempo. Puede ocurrir, o al menos
ocurrió en el estreno, que varios acróbatas se caigan, con el consiguiente «¡ay!» del
espectador a flor de piel. A pesar de ello, inmediatamente se levantan y lo
intentan una y otra vez. Lejos de evaluar el fallo se comprueba que no hay
trampa ni cartón y, sobre el error, predomina una firme enseñanza, un ejemplo
vivo de que jamás hay que desistir en lo que uno pretende; todo se puede
conseguir por duro y tortuoso que sea el camino.
Niños y mayores se contagian de
los sueños y las emociones de estos nómadas cuyo arduo trabajo se ve
recompensado con los fervorosos aplausos que escuchan cada noche al encenderse
las luces. Cuando todo termina y la caja de música deja de sonar, los artistas
se desmaquillan y la magia vuelve a sus viejos baúles y caravanas para resucitar
de nuevo en la siguiente función. Son la gente del circo, artistas itinerantes que
«no
tienen casa pero sí hogar, el corazón del público». Y ese alimento del alma es el que les permite
no desfallecer nunca.
Circlassica se puede ver en Madrid en el recinto de la Feria de Madrid, junto a la entrada principal (Avenida del Partenón, 5) hasta el 20 de enero de 2019.
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Teatro