Antonio Machín es el cantante romántico más recordado de su tiempo por su voz, su elegancia y sus maracas. |
El recuerdo de Machín ante el 80 aniversario de su llegada
a España
Carlos Arévalo
Elegante y carismático, el cubano
de nacimiento y español de adopción, Antonio
Machín fue el máximo representante de la canción romántica en España
durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Para
aquellas generaciones fue simplemente, el mejor. Su voz aterciopelada suena a
tiempos felices de baile con orquesta y parejas enamoradas. El «rey del bolero» nos legó cientos de
grabaciones –más de 500 canciones registradas– que suenan incesantemente en
nuestra memoria sentimental, melodías eternas como Angelitos negros, Dos
gardenias, El manisero, Toda una vida, Madrecita, Ya sé que tienes novio, Corazón
loco, Envidia, Amar y vivir, Mira que eres linda, Esperanza, Tengo una debilidad, Piel canela, Somos, Cartagenera, Espérame en el cielo…
Vázquez Montalbán en su Cancionero
general del franquismo habla de ese sentimentalismo «basado en la temática
del amor, la amistad y la solidaridad, con el ritmo del fox lento o el bolero.
Su intérprete ideal es Antonio Machín». Sus inseparables maracas originaron expresiones
acuñadas en el recuerdo popular de los españoles como «te mueves más que las
maracas de Machín», que junto a sus discos, han inmortalizado la profunda
huella del cantante en nuestro patrimonio socio-cultural.
De familia humilde, hijo de cubana
y de gallego que emigró a la isla, Antonio Lugo Machín como realmente se
llamaba, nació en la aldea de Sagua la Grande en 1903. Su primera actuación amateur tuvo lugar en el Teatro Uriarte
a la edad de siete años y después continuaría cantando en la intimidad y en
reuniones de amigos. Ante la mala prensa que tenía entonces lo de ser artista,
su padre lo obligó a desempeñar un oficio decente y, el bueno de Antonio, se hizo
maestro albañil. Compaginando a hurtadillas ambas actividades y, tras un largo
periplo actuando en cafetines, por fin pudo marcharse de Cuba y consiguió su
gran oportunidad en Nueva York de la mano del prestigioso director de orquesta Don Azpiazu. En la ciudad
norteamericana grabó su primer disco en 1930 con el Cuarteto Machín, cosechando un éxito mundial con la canción El manisero.
De Estados Unidos a Europa
Influido a la hora de cantar por crooners coetáneos como Bing
Crosby, en 1935 viajará desde América hasta Europa, recorriendo
el viejo continente para recalar en Londres. Allí trabajará durante un año en
un espectáculo musical y, al finalizar el contrato, se instalará en París. Era la
época de cantantes como Tino Rossi, Charles Trenet, Maurice Chevalier o Josephine
Baker. En el verano de 1939 con el estallido de la II Guerra Mundial y ante
el peligroso panorama internacional, Machín abandona la ciudad de la luz y se
refugia en España, en Barcelona primero y en Madrid después. Este año se
cumplirán ocho décadas de su llegada.
Teatro francés anunciando la actuación de Machín antes de instalarse en España. |
El entonces joven cantante Machín. |
Aunque España lo acogió con
especial cariño y él siempre se sintió español, tuvo que padecer el tópico de
que los comienzos nunca son sencillos pues a pesar del clamoroso triunfo universal con El manisero y de sus actuaciones
en París, el cubano no logró conquistar al público español a la primera de
cambio como reconoció en alguna ocasión: «Los primeros años no me fueron nada
fáciles. Tuve que pelear mucho y recorrer casi todos los pueblos de España
haciendo bolos hasta que logré situarme y darme a conocer. En los
cafés-cantantes alternaba con cantaores y con violinistas que casi siempre
interpretaban las Czardas de Vittorio
Monti. Yo, a lo mío y sin dejar de la mano mis queridas maracas».
Las legendarias maracas y su dueño. |
El negrito sabrosón
Por fin estalló el fenómeno de
masas Machín, un huracán que, con su personalísimo y arrollador estilo, su
exótico color de piel y su repertorio bailable, revolucionó el panorama
artístico patrio: En sus actuaciones, las chicas le arrancaban botones de la
chaqueta y se desmayaban en sus brazos aunque él siempre fue consciente de que
aquello se producía únicamente por el efecto de las canciones que cantaba y no
por él, algo que su mujer, la dulce Angelita,
siempre le agradeció. Sus boleros, cha-cha-chás, rumbas o guarachas comienzan a tararearse por
cualquier rincón, desde los patios de vecindad pasando por los talleres de las
modistillas hasta los casinos de la alta sociedad, conviviendo con las coplas
de la Piquer y con las voces
melódicas de Rafael Medina, Jorge Sepúlveda, Bonet de San Pedro o Raúl
Abril.
Con la orquesta Los Miuras de Sobré recorre las mejores
salas de fiestas y emisoras de radio. Su primer éxito notable en España será Noche triste y el más sonado llegará en
1946 con Toda una vida del que vendió
47.000 discos, una cifra impactante si tenemos en cuenta que no había tantos
tocadiscos entonces en todo el país pues eran los tiempos de las viejas
gramolas de manivela; los aparatos de radio no abundaban y la televisión
tardaría en llegar una década. Al año siguiente alcanzará la gloria artística
con Angelitos negros y ya no dejará
de grabar ni de cantar nunca, haciendo largas giras por España desde enero hasta
octubre y liderando numerosos espectáculos de variedades como Ébano y marfil, Cancionero cubano, Caras
conocidas o Melodías de color.
Incursiones en cine y televisión
Durante su carrera, Machín
participó en dos películas: En 1948 apareció en La casa de las sonrisas dirigida
por Alejandro Ulloa en la que
interpretaba el tema Ayer paseando con
sus legendarias maracas entre las mesas de una distinguida sala de fiestas y,
en 1970, hizo el papel de chófer en el largometraje Hola…señor Dios de Manuel Esteba. En 1976 el cineasta Basilio Martín Patino incluyó algunas
de sus grabaciones en el documental Canciones
para después de una guerra.
Ante las cámaras de Televisión
Española, el cubano actuó por primera vez en 1953 en unas pruebas previas a la
instauración de la pequeña pantalla en nuestro país, que llegaría tres años más
tarde. Y a partir de aquel momento, ya lo haría en distintas ocasiones en
espacios como Amigos del lunes, Mundo camp, Gran Premio, El tiempo de…o
en algún programa especial de Nochevieja.
Fotograma de la película La casa de las sonrisas, la primera en la que actuó Machín. |
El cubano fue muy popular en España. |
Estilo único
El cantante tuvo amplias nociones
musicales y fue capaz de manejarse con instrumentos como la guitarra aunque
nunca la tocara en público. La clave de su éxito, como suele ocurrir en estos
casos, radicaba en saber diferenciarse del resto. Además de convertir a sus originales
maracas en todo un símbolo, llegó a lo más alto en el mundo de la canción
gracias a su inimitable manera de interpretar, a su potente swing y a su elegancia natural sobre los escenarios donde
nadie lució un traje blanco como él. Sabía que su timbre de voz era perfecto
para decir aquellas románticas letras que hacían soñar con amores ideales: «Me entrego al crear una canción,
es decir, cuido sobre todo las letras, su forma de decirlas infundiéndoles un
aire romántico. Nunca he interpretado una canción cuya letra no me gustase, no
la sintiese».
En la época camp, grabó una
canción a modo de autobiografía titulada Mi
ángel protector que no está entre las más conocidas pero ilustra
perfectamente este argumento, y dice así: «Todo el mundo se pregunta qué sucede
con Machín, que el tiempo va transcurriendo y su voz no tiene fin. La razón es
bien sencilla, el trabajar con tesón y tener un ángel negro que se lo pidió a
mi Dios».
Sus grabaciones seguirán enamorando al público. |
La desaparición de un mito
Aunque jamás se retiró, en la
década de los sesenta comienza su declive artístico por la llegada de la
canción italiana, primero, y de la moda ye-yé,
después. De este modo, y sin dejar de actuar aunque desgraciadamente ya nunca
al mismo nivel, Machín pasó a engrosar, hasta el final de sus días, la lista de
cantantes que vendían nostalgia y añoranza de épocas doradas.
En junio de 1977, gravemente
enfermo, no pudo completar su última actuación en la localidad sevillana de
Alcalá de Guadaira, falleciendo finalmente el 4 de agosto en su domicilio
madrileño de la calle del General Mola, número 86, hoy, Príncipe de Vergara.
Está enterrado en el cementerio
de San Fernando de Sevilla por la estrecha vinculación que le unió con aquella ciudad –pues
se casó allí en 1943 y pasó largas temporadas en su chalet– que le dedicó una
calle y erigió en su honor una estatua en 2006 cercana a su querida Hermandad
de los Negritos. Su espíritu sigue vivo en su herencia musical, enamorando a
tantas personas como quieran escucharlo.
El carismático intérprete, recordando sus éxitos inmortales, durante una de sus actuaciones en TVE. |
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Música