El cómico cordobés Rafael Álvarez «El Brujo» regresa a los escenarios con «Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia». |
Carlos Arévalo
El
chamán de la palabra está en Madrid para predicar sus sabias reflexiones. Rafael Álvarez «El
Brujo»
(Lucena, 1950) volverá a
cautivar al respetable con sus exóticos sortilegios. Esta vez será sobre el
escenario del teatro Bellas Artes hasta el 5 de abril con su espectáculo: «Esquilo,
nacimiento y muerte de la tragedia», que ya estrenó hace
dos años en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y que el showman andaluz define como «una
conferencia grotesca con toques de humor». La pócima de este druida de las
tablas combina ingredientes de alta erudición con la sencillez de una
interpretación limpia y pura.
Para tratar de
descifrar la compleja esencia de la tragedia griega de Eurípides, Sófocles y Esquilo la mezcla con el teatro étnico
y la filosofía hindú para extrapolarla después a su análisis de diversas
lecturas como El nacimiento de la
tragedia de Nietzsche o La muerte de la tragedia de Steiner. La banda sonora la pone Javier Alejano, con las evocadoras notas
que salen de su cítara, violín y teclado. Practicar yoga a diario le
proporciona al actor una elasticidad sorprendente de la que da sobradas
muestras a lo largo de la función por ejemplo mientras expone el mito de Edipo manifestado a través de Prometeo sin alterar su look a lo Einstein. Clown, mimo,
bufón, todo ello cabe en el talento de este cómico que huye de cualquier método
o técnica teatral para crear la suya propia contemplando el teatro como una
fiesta y a la vez como una lucha.
Gracias al impulso de popularidad que le
proporcionó el personaje de Búfalo
en la aclamada serie televisiva Juncal hace
ya más de tres décadas, «El Brujo» continúa repartiendo su inagotable vis cómica por toda nuestra geografía. Sentados
a media luz en el patio de butacas y bajo el influjo de los viejos maestros que
flotan en espíritu en el silencio de este templo artístico, hablamos.
Rafael Álvarez lleva más de treinta años recorriendo España con sus originales espectáculos teatrales. |
Regresar a los clásicos, versionarlos e
interpretarlos es siempre un desafío y además necesario en estos tiempos donde
los referentes parecen haberse perdido…
«Si, para mí los
clásicos siempre han sido una gran fuente de inspiración personal pero he
necesitado un tiempo largo para entrar en sus secretos. He ido descubriendo
cosas que surgen cuando tú las recreas y eres receptivo. Es el milagro de la
poesía simbolista de la que Verlaine es
uno de los máximos exponentes, la técnica literaria a través de la cual por
asociaciones de imágenes simbólicas, eres capaz de ver más de lo que el autor
dice. Todo eso me ha pasado con el Quijote,
con Shakespeare y ahora con la
tragedia griega».
Su vestuario habitual es sencillo y cómodo. |
De este enmarañado juego verbal declamas
conclusiones filosóficas como «La tragedia consiste en unas rosas salvajes que
crecen en medio de un zarzal inaccesible» o «La suprema religión es la pasión
por la belleza o el conocimiento», ¿Cómo llegas a este punto desde que te
planteas el montaje de cero?
«Estas frases son
el resumen de muchas vivencias que he tenido anteriormente. Estuve en Atenas viendo
el Partenón antes de hacer esta obra y me fijé en unas Cariátides de casi tres
metros que tenían también labrada la parte de atrás con total perfección y eso
que esa parte era para colocarla en la pared y nadie iba a verla. Entonces me
dije: Hace falta tener un respeto muy grande por lo que tú haces para, a pesar
de todo, hacer las cosas de manera impecable. Aquella capacidad de trabajar para
el universo y no para lo inmediato, me conmovió. Eso es por ejemplo a lo que me
refiero cuando hablo de la pasión por la belleza y el conocimiento, a la que te
satisface por sí misma y no por el resultado. Volviendo a Verlaine, cuando habla de que llueve en París y siente la lluvia
sobre los tejados y su corazón está triste aunque no sabe por qué, lo dice de
una manera que toca lo universal, un sentimiento pequeño y personal que
dimensiona a sentimiento cósmico».
¿Cuál es tu ritual antes de salir a escena en cada
función?
«Sencillamente trato
de estar un rato en el camerino tranquilo, en silencio, quizá como unas
almendritas… estoy tres cuartos de hora antes en el teatro e intento aislarme
pero no tengo un ritual fijo. Después de la función hago estiramientos. Todas
las semanas voy a una sesión intensa con una maestra de yoga y cada día lo
practico un rato por mi cuenta».
El actor durante un instante de su interpretación. |
Tu práctica habitual del yoga sin duda va ligada
a tu excelente rendimiento en el escenario. ¿Consideras que iniciar a las
nuevas generaciones en ello evitaría muchos problemas en el futuro?
«Si, afortunadamente
mucha gente lo está introduciendo en escuelas y empresas. Mira, yo tengo un
amigo que se llama Ramón Leonato que
es un experimentado profesor de yoga y que está haciendo una labor inmensa que es
llevar la meditación a los colegios. Tiene un proyecto con la UNESCO para
difundir el enorme beneficio que esto trae a los chavales porque hay zonas
donde la psicología convencional no puede llegar y sin embargo con esta
práctica sí puede alcanzarse».
Para terminar, aparte de los autores clásicos que te guían y
te inspiran también están los actores que te han marcado en tu carrera, háblame
de ellos…
«Actores como Fernando Fernán Gómez, José Bódalo, José María Rodero, Paco Rabal, Josep María Flotats…
te transmitían una radiación amorosa, una humanidad inmensa, generando una
especie de calor radioactivo donde tú te sentías mejor persona viéndolos
incluso al hacer un papel de malo como por ejemplo a Rodero en Calígula… pero aún así sentías una
transmisión energética especial. Esa es la cualidad básica de un actor grande,
que te transforma su presencia. Tenían carisma, magnetismo, magia».
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Teatro