El periodista aragonés da nombre al prestigioso premio literario que concede el diario ABC anualmente
Don Mariano de Cavia y Lac fue uno de los más destacados periodistas españoles de finales del XIX y principios del XX. |
Carlos Arévalo
En el
centenario de Don Benito Pérez Galdós
también se cumple aunque no se celebrará nada o casi nada el de otra ilustre
figura de las Letras españolas, Don
Mariano de Cavia, olvidado maestro de la crónica y el artículo
periodístico. Dotado de una agudeza e ingenio sin
parangón, Mariano Francisco de Cavia y Lac (Zaragoza, 1855 - Madrid, 1920) fue uno de los
máximos exponentes del periodismo literario de fin de siglo y uno de los
profesionales mejor pagados de su época.
Cavia no fue escritor de libros sino de artículos y crónicas en los periódicos más influyentes de su tiempo, de modo que los volúmenes que se publicaron fueron en su mayoría recopilaciones de aquellos textos. Hijo de un reconocido notario de Zaragoza, vino al mundo el 22 de septiembre de 1855 en la capital aragonesa. Realizó sus primeros estudios con los jesuitas en la localidad palentina de Carrión de los Condes para matricularse después en Derecho en la Universidad de Zaragoza sin finalizar la carrera debido al despertar de su temprana vocación periodística.
Cavia no fue escritor de libros sino de artículos y crónicas en los periódicos más influyentes de su tiempo, de modo que los volúmenes que se publicaron fueron en su mayoría recopilaciones de aquellos textos. Hijo de un reconocido notario de Zaragoza, vino al mundo el 22 de septiembre de 1855 en la capital aragonesa. Realizó sus primeros estudios con los jesuitas en la localidad palentina de Carrión de los Condes para matricularse después en Derecho en la Universidad de Zaragoza sin finalizar la carrera debido al despertar de su temprana vocación periodística.
Cavia con M. Miguel de Val, Bonilla y San Martín y Soiza Reilly en el ya extinto Café Inglés de Madrid. |
En 1879 el
joven maño fundó un semanario satírico titulado «El Chinchín» donde pudo empezar a desarrollar su estilo
prosístico consiguiendo sus primeras oportunidades de colaboración en el «Diario de Avisos de Zaragoza». Al año siguiente hizo las maletas y se instaló en Madrid ingresando
en la redacción del periódico «El Liberal». Pronto
lo llamaron para dirigir el «Diario Democrático de Tarragona»
donde trabajó durante un
breve período de tiempo para reincorporarse a su anterior
ocupación. Precisamente militando en «El Liberal» escribió en 1891 su famoso
artículo en el que informaba de un pavoroso incendio en el Museo del Prado, que
al final del mismo desmentía. Se inventó tal información para que las
autoridades tomaran nota del estado ruinoso en el que se encontraba la preciada
pinacoteca y la protegieran de una catástrofe irremediable. Tal fue el impacto
social de aquella crónica que inmediatamente se adoptaron medidas de seguridad
para la conservación del museo madrileño.
Ese talento
natural de Cavia para escribir y cautivar al lector hizo que su compañero de
oficio Isidoro Fernández Flórez alias «Fernanflor» le llamara «la perla
de El Liberal» y José Castro y Serrano ampliara el
elogio denominándolo «la perla exquisita de la prensa española».
El insigne autor acompañado de una expedición de exploradores zaragozanos que acudieron a mostrarle su afecto. |
Después Cavia
pasó a «El Imparcial», publicación de la que llegó a ser
director y, en los últimos años de su vida, fue redactor de «El
Sol» desde su fundación en 1917. Todo ello sin abandonar nunca
sus numerosas colaboraciones en otras publicaciones madrileñas y de
provincias como «El Heraldo de Madrid», «La
Opinión», «La Justicia», «La Ilustración Española y Americana»…
Como cronista taurino fue también brillante. Firmó con diversos pseudónimos, el más recordado de todos fue «Sobaquillo», en alusión a la técnica de
banderillear. Gran aficionado a la fiesta nacional, se declaró ferviente defensor
del legendario torero Rafael Molina
«Lagartijo» al que abrió las puertas de la inmortalidad apodándolo «El Califa».
Considerado por su círculo más cercano como un hombre de una impresionante cultura y de agradable conversación, en el año 1915 fue admitido como miembro de la Real Academia de la
Lengua, otorgándole el sillón A que nunca ocuparía debido a sus constantes problemas
de salud que degenerarían en una parálisis progresiva que lo llevó a la muerte.
Cavia y su fiel escudero García. |
En lo
referente a su vida personal, Mariano de Cavia no se casó nunca. Tan sólo se le
conoció un amor de juventud con la también zaragozana Pilar Alvira con quien mantuvo un intenso romance hasta que la
familia de ella se entrometió en la relación. Vivió en Madrid durante cuatro
décadas fijando finalmente su residencia en el desaparecido Hotel Términus sito
en el entonces número 76 de la madrileña Carrera de San Jerónimo. Precisamente
en la tercera planta del número 18 de dicha calle tuvo un piso que nunca ocupó ya
que solamente lo utilizaba para albergar su espectacular biblioteca fielmente vigilada
por un guardia civil retirado al que contrató para tal menester. Noctívago y bohemio
incorregible, sus desmedidas aventuras le provocaron serios problemas con el
alcohol.
Tuvo dos
secretarios, el primero llamado García
al que vio morir y posteriormente, Manso,
al que también llamaba «García II», que permaneció junto al
maestro hasta el final. Aquellos últimos meses de su vida, con una salud
peligrosamente deteriorada tras años de excesos, los pasó Cavia en el balneario
de Alhama de Aragón para ser finalmente trasladado al sanatorio madrileño del
Doctor León, donde falleció el 14 de julio de 1920, situado en la plaza que hoy
lleva el nombre del prestigioso periodista.
Desde la
desaparición de Mariano de Cavia, cada año el diario ABC entrega el célebre
premio periodístico que lleva su nombre, al mejor artículo publicado en la prensa
y, cuyo galardón, han ganado a lo largo de estos cien años las más sobresalientes plumas
españolas.
Lápida dedicada a Cavia en su ubicación original en Madrid. |
Cavia huía de
todo homenaje y elogio a pesar de ser un insigne español muy querido en todo el
país y un aragonés de pro, al que apreciaban enormemente en su tierra natal. Como
desgraciadamente suele ocurrir, con su desaparición también se esfumaron sus
artículos diarios y su nombre cayó en un profundo ostracismo hasta la
actualidad, tiempos mediocres en los que casi nadie sabe quien fue Mariano de
Cavia y cuya obra, por supuesto, no se estudia en las escuelas. Si ya casi tres
décadas después de su muerte, el cronista madrileño Emilio Carrere escribía: «Hoy apenas se recuerda a Cavia sino como
una sombra de una bohemia disparatada, dipsomaníaca, perorativa de café en
taberna», imagínense hoy, cien años más tarde.
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