Madrid recupera el único frontón en pie del siglo XIX

Nos adentramos en el histórico Beti-Jai, recientemente rehabilitado tras un siglo de calvario

Carlos Arévalo

Al contemplar la elegante pero discreta fachada del número 7 de la madrileña calle del Marqués de Riscal, nadie imagina el majestuoso frontón de pelota vasca que se esconde en su interior. Situado en pleno barrio de Chamberí, este vetusto palacio deportivo de estilo neomudéjar y una extensión de más de 4.500 metros cuadrados, data de finales del siglo XIX. Gracias a la labor de la plataforma ciudadana Salvemos el Frontón Beti-Jai, tras años de abandono e incluso a punto de ser derribado, el Ayuntamiento de Madrid lo sometió a un costoso proceso de rehabilitación que le ha devuelto el esplendor de antaño.

El frontón Beti-Jai que en euskera significa «Siempre fiesta» se inauguró en 1894, el mismo año en que se estrenó la zarzuela La verbena de la Paloma de Tomás Bretón y Ricardo de la Vega o se publicó El libro de la selva de Rudyard Kipling e incluso se adelantó unos meses a la patente del cinematógrafo de los hermanos Lumière. Existían entonces en la capital española en torno a una treintena de frontones como el Jai-Alai, el Recoletos, el Madrid, el Fiesta Alegre o el Central ya que en aquellos tiempos era el juego de la pelota vasca en la modalidad de cesta punta, el deporte rey con mucha diferencia respecto a los demás. El «Jai-Alai» -como se le llamaba en euskera, que traducido al castellano significa «Fiesta alegre»-, triunfaba hasta tal punto, que la afición llegó hasta el otro lado del charco, construyéndose en países como Argentina, México o Estados Unidos enormes coliseos a imagen y semejanza de los que aquí había.

Al situarnos en la cancha del inmenso Beti-Jai -que se ha recuperado prácticamente tal y como era en su origen- y mirar hacia los palcos, no es difícil trasladarse en el tiempo ciento treinta años atrás y escuchar el griterío de las más de cuatro mil personas que presenciaban cada encuentro y entre cuyos ilustres espectadores, destacaba la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena que, durante aquellos primeros años de auge, solía acudir a estas citas deportivas. En el imponente recinto aún resuenan los ecos de aquellos contundentes pelotazos lanzados por célebres ídolos del momento -en su mayoría procedentes del País Vasco-, como Txikito de Eibar, Txikito de Abando o Pasieguito entre otros pelotaris que llegaron a ser aclamados internacionalmente.

El impulsor de dicho escenario fue el acaudalado guipuzcoano José Arana -empresario del teatro Real durante unas temporadas y uno de los creadores de la Semana Grande de San Sebastián- y encargó la ejecución del ambicioso proyecto al arquitecto Joaquín de Rucoba, autor también del teatro Arriaga de Bilbao, de la plaza de toros de la Malagueta o del Asilo del Buen Suceso de Madrid entre otras construcciones.

Desde los albores del siglo XX, la práctica de la pelota vasca comenzó a sufrir un paulatino declive y un desinterés en el público que se manifiestó con unos primeros altibajos que provocaron la suspensión temporal de la actividad principal del frontón. En ese período se aprovecharon sus instalaciones para diversos usos como la celebración de exhibiciones hípicas, asambleas, mítines e incluso ensayos científicos a cargo del prestigioso ingeniero Leonardo Torres Quevedo -un auténtico visionario en el campo de la aeronáutica-, que realizó allí algunas pruebas para el perfeccionamiento de sus inventos sobre navegación aérea y maniobras de motores a distancia.

Tras una breve reapertura del Beti-Jai para el desarrollo de nuevos partidos, el frontón se utilizó desde 1913 hasta 1916 como centro de instrucción de nuevos alumnos de la Escuela Militar Particular. Ante el estallido de la devastadora I Guerra Mundial en 1914, el panorama socio-político se volvió incierto, a pesar de la neutralidad de España en la contienda y, pronto, la falta de alimentos afectó a la población, albergando este estadio alguna manifestación de protesta por la carestía de subsistencias. Varias de sus dependencias sirvieron para instalar una fábrica de pan y, en 1918, sin haber llegado al cuarto de siglo de vida útil, finalizó definitivamente su uso como frontón.

Desde entonces y hasta casi cien años después, en su interior se desarrolló un interminable listado de actividades totalmente ajenas a su función natural, que con el paso de las décadas, fueron sumiendo a esta bellísima joya arquitectónica en la más absoluta decadencia y miseria. Allí se instaló una fábrica de vehículos Studebaker, un concesionario de Harley Davidson, otras industrias dedicadas a diversos productos como jeringuillas o un almacén de colchones, oficinas de distinta índole y hasta un taller mecánico y de carrocería de la marca Citroën.

Ante el evidente declive del otrora templo de la pelota, el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid logró incoar en 1977 un expediente de declaración de Monumento Nacional que no hizo efecto hasta catorce años más tarde. En 1987, gracias a la película Madrid dirigida por el desaparecido cineasta Basilio Martín Patino que rodó en su interior una escena, se pudo apreciar su ya ruinoso estado. Por otra parte, desde 1991 en que la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid incoó un nuevo expediente para declarar al inmueble Bien de Interés Cultural hasta que se consiguió oficialmente, transcurrieron veinte años. 

Y precisamente a partir de aquella década de los noventa en que la especulación inmobiliaria estaba a la orden del día, la ubicación privilegiada y las dimensiones del edificio se plantearon como una auténtica mina de oro para tiburones sin escrúpulos ni interés alguno en la conservación de nuestro patrimonio cultural. Así pasó por distintos propietarios que quisieron someterlo a sospechosos proyectos para reconvertirlo en oficinas, en un hotel de lujo o en pistas de squash, negocios que afortunadamente nunca llegaron a ejecutarse. 

Abandonado y medio podrido, se convirtió en un nido de drogadicción y los «okupas» terminaron de destrozar sus instalaciones y mobiliario, tapiando sus palcos para transformarlo en mínimas viviendas insalubres a modo de corrala. Posteriormente y por si no había experimentado suficientes deterioros, sufrió un incendio en el que falleció un vigilante así como desprendimientos de la fachada y un inminente riesgo de derrumbe de la cubierta. Tras un arduo proceso legal para su protección y recuperación iniciado por la plataforma ciudadana Salvemos el Frontón Beti-Jai, el Ayuntamiento de Madrid tramitó su expropiación, comprándolo por siete millones de euros en 2015 a sus últimos dueños y evitando así que la inmisericorde piqueta le diera el mismo final que a los otros frontones de su tiempo.

En un país donde la destrucción de nuestra riqueza histórica se ha asimilado como algo normal tras cientos de ejemplos imperdonables, resulta insólito y a la vez esperanzador que haya sobrevivido este maravilloso vestigio del siglo XIX, al parecer la única construcción deportiva en pie, y que, a pesar de todos los daños sufridos en los últimos cien años, un grupo de personas haya logrado resucitarlo como lo concibieron nuestros antepasados. Además, y como muestras audiovisuales en defensa de su restauración, en 2015 se rodó el documental Beti-Jai, la capilla sixtina de la pelota dirigido por Richard Zubelzu y seis años después, otra película titulada Beti-Jai: El templo olvidado de Santiago Mazarro.

Desde 2021 el frontón presenta un aspecto formidable a pesar de que sus interiores no están terminados -más bien se han quedado a medio hacer-, y es que aunque su futuro le depara, en principio, un uso mixto deportivo-cultural, su explotación plantea serias dificultades al tener que cumplir las férreas normativas y revisiones impuestas por el área de Patrimonio Cultural de Madrid, medidas por otra parte comprensibles si atendemos a los interminables daños sufridos por esta construcción durante el último siglo.

Mientras las autoridades se ponen de acuerdo para su reapertura definitiva, todo aquel que desee conocer el frontón Beti-Jai puede hacerlo gracias al programa municipal de visitas guiadas Pasea Madrid. Esperemos que tras tantas vicisitudes, podamos disfrutar cuanto antes de este icono madrileño del entretenimiento, testigo único de nuestra Historia reciente.




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