Una visita imaginaria a la Quinta del Sordo

Un recorrido por la casa de campo donde Goya creó sus enigmáticas Pinturas Negras



Carlos Arévalo

Hace doscientos años Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746- Burdeos, 1828), gloria de la pintura española, cedía a su nieto Mariano su propiedad más emblemática, la llamada Quinta del Sordo, una casa de campo situada en una extensa finca de unas cinco hectáreas en lo que entonces eran las afueras de Madrid. Derribada en 1909, se ubicaba en el actual barrio de Puerta del Ángel perteneciente al distrito de Latina. Su situación aproximada estaba entre las calles de Baena, a la que daba la fachada principal orientada al río, Caramuel, en su parte posterior, y delimitada en sus laterales por las calles de Doña Mencía y Juan Tornero.

De todos es conocido el defecto auditivo del genio aragonés aunque curiosamente la llamada Quinta del Sordo ya se conocía con ese nombre cuando él la adquirió a su anterior propietario que también padecía una grave sordera. Fue en 1819 cuando el artista, que entonces contaba setenta y dos años, compró la famosa finca que contaba con modestas edificaciones y en la que residió tan solo un lustro, hasta 1824. El año anterior, decidió que fuera su nieto Mariano quien la heredara y éste, a su vez, se la cedió a su padre, Javier, hijo de Goya que, años después del fallecimiento del maestro, realizaría una gran ampliación pretendiendo convertirla en una suntuosa residencia burguesa y despojándola de su original aire campestre.




Gracias a la impecable maqueta realizada por el cartógrafo militar León Gil de Palacio entre 1828 y 1830, y actualmente conservada en el Museo de Historia de Madrid, podemos conocer cómo era el aspecto exterior de aquel complejo residencial ya que no existen fotografías o ilustraciones fechadas en aquel período concreto aunque sí en años posteriores. Los documentos históricos e investigaciones recientes como la de Miguel Hervás nos revelan que la Quinta del Sordo era una extensa finca agrícola como la de cualquier labrador propietario de la meseta castellana con una humilde casa baja de adobe y cuatro pequeñas edificaciones anexas que contaban con varios patios o corrales.

El emplazamiento de dicha vivienda era entonces verdaderamente privilegiado pues contaba con magníficas vistas de Madrid y el Palacio Real por su orientación hacia el río Manzanares y su proximidad al puente de Segovia. Nada más instalarse, Goya pudo realizar alguna ampliación y mejora para adaptarla a sus necesidades, decorándola también a su gusto y pintando diversos murales en dos grandes salas diseñadas para ello donde, al parecer, tapió algunas puertas y ventanas. La casa tenía seis salas principales, cuyos usos podrían ser: En la planta baja, un recibidor, una sala de estar y un amplio comedor de gala y en la planta alta, dos dormitorios y otra sala grande también que el propio artista usaría como estudio. Respecto a la zona posterior anexa, albergaba los retretes y una cocina tradicional con una pequeña sala y dos dormitorios de servicio. 



Los rumores apuntan a que se trasladó allí para vivir con mayor discreción junto a su entonces compañera sentimental, Leocadia Weiss. Pero además de imaginar al genio de Fuendetodos habitando aquellas estancias madrileñas, lo más destacable de la Quinta del Sordo fue que, en sus muros pintó Goya sus célebres Pinturas Negras, quince obras maestras plasmadas con la técnica del óleo «al secco», es decir, sobre paredes recubiertas de yeso a las que él, por cierto, jamás puso título. Y es que su desbordante afán creativo no conocía límites de manera que, durante los casi cinco años que residió en aquel histórico lugar, dio rienda suelta a su inagotable talento e imaginación. Aunque existen diversas teorías e interpretaciones acerca del origen de aquellas enigmáticas creaciones, las Pinturas Negras son consideradas hoy como una de sus etapas más interesantes donde la tenebrosidad, el pesimismo y las criaturas que emergen de la locura se entremezclan dando lugar a una de las series pictóricas más inquietantes y revolucionarias de nuestra Cultura.



Varias décadas después de la desaparición del autor universal, el fotógrafo francés afincado en España, Jean Laurent, pudo, afortunadamente, documentar aquellas pinturas en su estado original antes de que las retiraran, realizando una imagen individual de cada una y aportándonos una descripción gráfica de las salas. Aquel material junto al inventario realizado por Antonio de Brugada nos han permitido reconstruir la disposición original de las pinturas en la vivienda aunque todavía los expertos no han llegado a un consenso pleno.

A la muerte del hijo de Goya, la Quinta del Sordo entró en un proceso de subasta pública. En 1873 la adquirió el banquero aristócrata alemán Fréderic Émile d' ́Erlanger que, muy acertadamente, tuvo la sensibilidad de comunicar la existencia de las citadas Pinturas Negras realizadas sobre los muros de las dos plantas de la casa y, por tanto, salvarlas de una futura extinción. El delicado proceso de extracción lo realizó al año siguiente el restaurador del Museo del Prado Salvador Martínez-Cubells e implicó el derribo de las salas donde se alojaban. Ya en sus respectivos bastidores, Erlanger las trasladó a París para exponerlas temporalmente en la Exposición Universal de 1878 y, tras conservarlas en su poder unos años más, finalmente las donó en 1881 al Estado español que las asignó al Museo del Prado, donde actualmente se conservan. 

Respecto al resto de la Quinta del Sordo, terminó de derribarse en 1909, parcelándose la finca y edificándose otros inmuebles a mediados del siglo XX. Lo que pudo haber sido un lugar de peregrinación por los millones de admiradores de Goya, no es más que un conjunto de calles que, sencillamente, se pueden transitar sin que sobreviva ni una huella que nos indique que, allí, a modo de refugio del mundanal ruido, existió una construcción donde alcanzó el cénit de su carrera uno de los genios eternos de la Historia del Arte Universal. Al menos, eso sí, podemos seguir disfrutando de sus sublimes creaciones.

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