Luces de bohemia: Sombras de una España corrupta y despiadada

De izquierda a derecha: Juan Codino como Max Estrella, Chema Adeva como Don Latino y Ángel Ruiz como Rubén Darío.
Carlos Arévalo
Hay textos que no fallan. Aunque se haya escrito y hablado tanto de Luces de bohemia, sigue siendo una de esas piezas teatrales que siempre es bien acogida por el público. En esta ocasión en el María Guerrero y bajo la batuta precisa y afinada de Alfredo Sanzol, la historia creada por el revolucionario maestro Valle-Inclán y publicada por entregas en 1920, vuelve a cobrar vida.
A base de un sencillo y desnudo montaje de representativos espejos que proporcionan a la trama el movimiento y el paso por los numerosos escenarios que detalló su autor, se demuestra que el arte de Talía no precisa de grandes decorados para atrapar al espectador aunque se echa de menos -en el teatro español actual en general- mayor atrezzo y ambientación. Las últimas veinticuatro horas de vida del poeta ciego, dipsómano y nocterniego Max Estrella -inspirado claramente en la figura del desafortunado escritor Alejandro Sawa- en compañía de su pícaro escudero Don Latino de Híspalis y de las decenas de personajes que rodean sus golfas y desgarradas existencias, vuelven a recrearse en esta obra tragicómica, máximo exponente del esperpento como género literario.

Es Luces de bohemia una inmisericorde y arriesgada crítica social a la España grotesca del año veinte, el retrato de un país corrupto dominado por una Iglesia con doble moral y por una clase política llena de ladrones sin escrúpulos, un lugar hostil en el que el pueblo sufre la miseria y el abuso del poder, donde jamás se premia el talento y dedicarse a las Letras sólo sirve para pasar hambre. ¿Similitudes actuales? Juzguen ustedes. La original y vanguardista mirada de Valle-Inclán ante aquel panorama de hastío de hace casi un siglo, sólo podía tener sentido a través de los espejos cóncavos y convexos que deformaban la realidad y que llegaron a existir del tamaño de la estatura del español medio en el madrileño y popularísimo callejón del Gato -en realidad llamado de Álvarez Gato- y donde todavía sobreviven instaladas unas réplicas más pequeñas.

Una de las escenas de Luces de bohemia, un montaje escénico a base de los simbólicos espejos del esperpento.
Es memorable la ruta por las expresiones coloquiales de entonces y por ese Madrid decadente y turbio descrito de modo tan brillante por el escritor y dramaturgo gallego. Dando tumbos por las calles, los dos crápulas atormentados y entrañables que son Max y Don Latino nos muestran los rincones más sórdidos de la ciudad, desde la casa del protagonista en la calle de San Cosme hasta la Buñolería Modernista -que era en realidad la Chocolatería San Ginés- pasando por el Ministerio de la Gobernación en la Puerta del Sol o el ya citado callejón del Gato. Nunca pudo Don Ramón María ver representada sobre las tablas su redonda creación pues Luces de bohemia se estrenó en 1963, primero en Francia y, siete años más tarde en España, encarnando la figura de Max Estrella nada menos que José María Rodero, uno de los mejores actores españoles de todos los tiempos.

En el elenco actual no puede dejar de alabarse la soberbia actuación de Juan Codina en el papel de Max Estrella y de Chema Adeva como Don Latino -sublime la escena de la última borrachera juntos-, amén del siempre impecable Ángel Ruiz bordando el rol de Rubén Darío. Para quitarse el sombrero está también el resto del reparto con sus numerosos personajes a cuestas: Natalie Pinot, Paula Iwasaki, Jorge Kent, Lourdes García, Josean Bengoetxea, Jesús Noguero, Paloma Córdoba, Ascen López, Guillermo Serrano, Paco Ochoa, Gon Ramos, Jorge Bedoya y Kevin de la Rosa.

Luces de Bohemia puede verse hasta el 25 de noviembre de 2018 en el Teatro María Guerrero de Madrid (C/ Tamayo y Baus, 4).
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