Carlos Arévalo
De pronto me sonaba el
teléfono y era ella. Me contaba un chiste y me hacía reír con su entrañable
ternura. Yo no quería que la conversación terminara nunca porque para mí
escuchar su voz era estar hablando con una leyenda. Aprovechaba para
preguntarle si podía recibirme para hacerle una de esas entrevistas largas y
distendidas: «De momento no, hijo, porque tengo unos dolores de cabeza que no
consiguen quitármelos y hace meses que no salgo de casa pero no te preocupes
que en cuanto me encuentre un poco mejor, te llamo, vienes y nos vemos». Así ocurrió
durante los últimos dos años.
Esperé un encuentro que
no se produjo pero mientras seguíamos hablando. Me confesaba su admiración por los
personajes geniales como Fernando
Arrabal y me decía que no es que estuviera enfadada con Dios pero que a
veces no lo comprendía. Rezaba y le pedía unas últimas fuerzas para cantarle un
ratito más a su público. Yo la vi actuar solamente una vez, hace años, en el
desaparecido teatro Albéniz de Madrid y siempre se lo recordaba. Y ella sonreía
aunque yo no la viera. En aquellas improvisadas e imborrables charlas salían
nombres inolvidables que conoció bien como Lola
Beltrán o como Atahualpa Yupanqui.
Me llegó a decir que de las voces actuales se quedaba con la de Pasión Vega. Con ella y con las nuevas
generaciones llegó a grabar un par de discos de duetos maravillosos. La música
era su pasión y también el teatro. Colaboró, siempre telefónicamente, en mi
biografía sobre el actor José Bódalo con
quien trabajó mucho en los años sesenta y a quien apreciaba enormemente. Conservaba
un premio, me dijo, dedicado a él que, por no asistir sus familiares a
recogerlo, aún guardaba en su domicilio de la calle de Orense.
Me siento orgulloso de
haberle expresado mi cariño en varias ocasiones porque ella también me hacía
llegar el suyo. «Aunque no nos veamos te aprecio mucho, Arévalo», me decía. Para
que no tirara la toalla en mi empeño de conseguir un vis a vis, me consolaba
diciendo: «Me llaman de televisión, de radio y de muchos sitios y si atiendo a
alguien es por teléfono. Prefiero que me recuerdes como era». Como la gran artista
que siempre fue no quiso defraudar a sus admiradores ni un instante. Tenía la
cabeza perfectamente y se acordaba de todo aunque yo siempre le preguntaba por
cosas agradables, por sus canciones, por sus trabajos…Le daba recuerdos de compañeros
inolvidables que me preguntaban por ella y lo agradecía enormemente.
Me pidió que no dijera que
no se encontraba bien y así lo hice. Ambos teníamos la esperanza de vernos
físicamente pero eso no ocurrió. La llamé hace un mes y la conversación fue muy
breve, sorprendentemente más breve de lo habitual. Hoy me acabo de enterar de
que se ha apagado la inmensa vitalidad de mi joven amiga de 93 años. Mientras
resuena en mi cabeza su perfecta dicción entonando desde Caballo viejo a Amarraditos,
amanece de nuevo en la ciudad que la vio nacer y morir. Querida María Dolores Pradera, una vez más, te dirijo
estas palabras sinceras que espero te agraden cuando las leas. Tu último
trabajo se tituló Gracias a vosotros
pero hay que insistir, gracias a ti. Seguiré conservando orgulloso nuestra particular
amistad, y tus discos, que son la más sana receta para alegrar el alma.
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Música