Adiós a la sonrisa más cautivadora de la pantalla

Carmen Sevilla, icono español del siglo XX, nos deja a los 92 años tras más de una década luchando contra el Alzhéimer

Carlos Arévalo

Mientras escribo estas líneas suben los mercurios a niveles asfixiantes en Madrid y algunas maletas comienzan a llenarse de toallas y bronceadores para partir en los próximos días hacia destinos más refrescantes. A su vez, en la habitación de un hospital de la ciudad, se nos va de este mundo, sin saberlo ella, probablemente la última gran estrella del cine español de los años cincuenta y una de nuestras más populares artistas de todos los tiempos, Carmen Sevilla.

María del Carmen García Galisteo (Sevilla, 1931 - Madrid, 2023) como se llamaba en realidad, comenzó su carrera siendo una niña de apenas trece años a mediados de los cuarenta como bailarina en la compañía de Estrellita Castro a la que siempre consideró su madrina artística y que precisamente el lunes hubiera cumplido 115 años. Su debut en el cine se produjo en 1947 a las órdenes de Juan de Orduña en la película Serenata española en cuyos créditos no figuraba, por eso ella siempre consideró su primer filme Jalisco canta en Sevilla (Fernando de Fuentes, 1949) que se estrenó dos años más tarde ya siendo protagonista junto al ídolo de la canción mexicana Jorge Negrete. A partir de aquel momento, la bellísima andaluza, de sonrisa radiante y simpatía arrolladora, se comería el mundo del espectáculo durante las siguientes seis décadas.


Con una trayectoria eminentemente cinematográfica, participó en más de setenta títulos y grabó cerca de una veintena de discos. «La novia de España» como se le apodó cariñosamente, trabajó, como es lógico, en largometrajes de todo pelaje, interviniendo en superproducciones americanas -aunque rechazó trabajar en Hollywood-, en coproducciones -incluyendo algún spaghetti western-, en películas de culto o en las de «destape». En la memoria colectiva quedan grabados infinidad de fotogramas de cintas tan diversas como La revoltosa (José Díaz Morales, 1950), Violetas imperiales (Richard Pottier, 1952), La pícara molinera (León Klimovsky, 1955), La fierecilla domada (Antonio Román, 1956), La venganza (Juan Antonio Bardem, 1958) -que fue la primera película española nominada a un Oscar-, Rey de reyes (Nicholas Ray, 1961), Una señora llamada Andrés (Julio Buchs, 1970), El techo de cristal (Eloy de la Iglesia), Marco Antonio y Cleopatra (Charlton Heston, 1972), Nadie oyó gritar (Eloy de la Iglesia, 1973), Sex o no sex (Julio Diamante, 1974) y tantas otras hasta Rostros (Juan Ignacio Galván, 1978), su última incursión en el Séptimo Arte.


Respecto al terreno musical nos dejó grabaciones como Cariño trianero, Carmen de España, Será el amor o Cabecita loca entre sus interpretaciones más recordadas. También se convirtió en imagen publicitaria de varios productos aunque fue la casa Philips y sus modernos frigoríficos los que le proporcionaron mayor popularidad gracias a Flamenca Ye-Yé, aquella melodía tan pegadiza que decía «Familia Philips, familia feliz» y que ella misma entonaba. Entre los numerosos galardones artísticos obtenidos por la cantante y actriz sevillana destacan la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, la de las Bellas Artes, la de Andalucía, un premio del Sindicato Nacional del Espectáculo o dos del Círculo de Escritores Cinematográficos.


Perteneció Carmen Sevilla a esa pléyade de folclóricas patrias acompañadas por sus inseparables madres hasta que se casaban como Lola Flores, Juanita Reina, Paquita Rico, Sara Montiel o Marujita Díaz. Su exuberancia y carisma la convirtieron en todo un icono erótico y en una de las mujeres más deseadas de España. «Cuando iba por la calle se paraba la circulación», era una de las frases que se decían entonces y que mejor resumían su impacto popular en la España del desarrollismo. El que fue su buen amigo y pareja en la gran pantalla, el tenor vasco Luis Mariano, le declaró su amor pidiéndole matrimonio, una unión que Carmen rechazó debido a la clara condición homosexual de él en un tiempo nada fácil para asumirlo públicamente.

Finalmente fue el compositor Augusto Algueró, autor de éxitos inmortales como Tómbola, Penélope, Noelia y un sinfín de canciones más quien logró llevarla al altar en 1961. Con él tendría a su único hijo -el también excelente músico Augusto Algueró Jr.-, y su unión duraría hasta 1974. Años después, concretamente en 1985, contraería nuevamente matrimonio con el empresario Vicente Patuel, sobrino de uno de los cuatro fundadores de la legendaria sala de fiestas Pasapoga entre otros negocios millonarios. Junto a Patuel vivió un retiro voluntario y dorado y se hizo ganadera en una inmensa finca de la provincia de Badajoz donde pastaban más de dos mil «ovejitas». Como lamentablemente suele suceder en este país cuando triunfa un artista, su figura fue suscitando paulatinamente mayor interés en el público por su vida privada que por su arte, siendo objetivo prioritario de la prensa del corazón a la que ella, todo hay que decirlo, no opuso ninguna resistencia.

También cultivó con enorme aceptación nuestra mediática estrella, la faceta de presentadora de televisión en varios programas aunque sería el inolvidable Telecupón -donde daría rienda suelta a sus gazapos y despistes-, el que le proporcionaría mayor fama durante las seis temporadas en las que estuvo al frente cobrando 300.000 pesetas por programa desde el año 1991, uno de los sueldos más elevados de la historia de la televisión hasta aquel momento. A la fama del «cuponsito» como decía ella con su gracejo natural, le siguió la que obtuvo desde 2004 en el nostálgico programa Cine de Barrio donde trabajó durante otros seis años hasta su retiro definitivo en 2010. Tras algunas apariciones esporádicas, al año siguiente, la cruel enfermedad del Alzhéimer de la que ya había sido diagnosticada en 2009, comenzó a devastar su salud, apartándola radicalmente de la vida normal y recluyéndola en un geriátrico de Aravaca. Allí permaneció hasta su última salida al hospital Fundación Jiménez Díaz donde, al fin hoy, esta eterna luchadora, ha descansado de un calvario tan injusto como maldito. Carmen Sevilla ha sido la última superviviente de un tiempo dorado para el cine y la música en España y, aunque desde hace demasiado tiempo no recordara quién era, su familia, el público y nuestra memoria cultural no la olvidarán jamás.


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